sábado, 30 de abril de 2005

CIUDADANOS O VECINOS

CIUDADANOS O VECINOS

Por F. Javier Garisoain Otero

Presidente de la Junta Carlista de Navarra (CTC)

El Gobierno de Navarra acaba de aprobar otro plan, la Estrategia Territorial de Navarra, con la que pretende dirigir el desarrollo de nuestra región durante los próximos veinticinco años. Ahora el Parlamento tendrá que dar su visto bueno y todo parece indicar que será una mera cuestión de trámite.

Estoy seguro de que se trata de un plan concienzudo y lleno de propuestas lógicas y bien calculadas. Pero temo que el éxito de la empresa que gestiona el Gobierno foral sea al mismo tiempo un suicidio político. Porque Navarra no es una empresa sino una comunidad política. Temo que nuestros gobernantes y legisladores estén olvidando que Navarra es un pueblo, una historia, una gente, una tradición y me preocupa que no piensen mas que en categorías de redes comerciales, entes administrativos, trámites burocráticos y energías que fluyen.

La ETN planifica, prevé y configura tres núcleos económicos bajo el concepto de “ciudad-región”: la comarca de Pamplona, el valle del Ebro y el “miniarco atlántico”. Es una forma como otra cualquiera de desarticular y desmembrar este viejo reino, porque la única ciudad-región netamente Navarra será una Pamplona desmesurada. A la estrategia economicista del Plan, por pura lógica económica, se le escapará el Noroeste hacia Guipúzcoa. Y se le disgregará la Ribera entre Logroño y Zaragoza. Las antiquísimas Merindades, que merecían haber sido amejoradas y no eliminadas, han sido definitivamente sustituidas por un esquema macrocefálico que coloca en Pamplona no sólo la cabeza sino el cuerpo entero de la Región. No solo la administración sino también la industria, el comercio, la cultura... la vida en fin.

El resto de comarcas, valles, cendeas y ayuntamientos navarros hasta donde alcance el magnetismo comercial de la Urbe quedarán, según la ETN, a merced y en función de una única ciudad-región. Como si no fueran mas que hojarasca muerta.

No digo que sea mala la intención de los planificadores. Hay que ordenar. Hay que prever. Hay que planificar. El problema de fondo es que los planes del gobierno trabajan con ciudadanos, no con vecinos. Con votos, no con opiniones. Con cantidades, no con calidades. El problema de fondo es que ese afán de los nuevos tecnócratas ilustrados coincide de hecho con la comodidad de una “ciudadanía” cada vez más apática. El problema, político, es que los ayuntamientos ya no son la reunión de los vecinos sino empresas que gestionan el nombre de cada localidad como si fuera una marca de ropa. El problema, social, es que los vecinos ya no quieren o no pueden ser vecinos y se acomodan en la condición de simples ciudadanos.

Vecindad o ciudadanía, esa es la cuestión. Llegar a ser un vecino responsable o conformarse con ser un ciudadano consumidor, esa es la elección que hemos de hacer cada uno. Ser un buen vecino es incómodo y tan difícil como ser libre, o sea, responsable. Hay que saludar a los demás, hay que echar raíces y ser patriota de la patria chica. Para ser un buen ciudadano en cambio basta con dejar hacer. ¡A quién le importa si un ciudadano está de paso, o si odia a la humanidad!. La ciudadanía de la que tanto hablan el presidente Rodríguez y casi todos los miembros de la clase política profesional responde a una concepción individualista con la que buscan, aunque no se atrevan a confesarlo, sustentar una especie de nuevo totalitarismo democrático sobre la masa desarticulada de ciudadanos cómodos. El concepto tradicional de vecindad que los carlistas nos atrevemos a contraponer como fundamento de cualquier estrategia territorial no piensa en masas sino en comunidades, no en individuos sino en personas.

Soy consciente de que nuestra propuesta es difícil e incómoda. Un vecino no lo espera todo del gobierno porque la mayoría de sus problemas los resuelve o los afronta en vecindad, subsidiarimente. En cambio el ciudadano no tiene mas que marcar el 092 para que venga la policía a resolver sus asuntos “que para eso les pagamos”. Es más fácil ser ciudadano que vecino. Pero también las piedras sufren menos que las personas. Y el caso es que han decidido -dicen que por nuestro bien- que seamos piedras. ¿Es eso lo que queremos?

30 de abril de 2005

PUBLICADO EN AHORA INFORMACIÓN

domingo, 20 de febrero de 2005

El Islam, padre de Europa

Es el Islam real y concreto que arraigado en las fronteras de Europa hizo que la Cristiandad se identificara sobre el mapa - de hecho y a la fuerza- con el continente Europeo. Es el Islam, un enemigo común al que la Europa acorralada y frustrada se enfrentó en la Reconquista española, en las Cruzadas, en Viena, en Lepanto. Es el Islam, padre a su pesar de la Europa cristiana.


Introducción

¿Es Europa algo más que un hecho jurídico? ¿algo más que una definición geográfica? ¿algo más que un montón de papeles? ¿existe una identidad europea? ¿ha existido alguna vez? ¿cuándo nació Europa? ¿es Europa algo más que la voluntad coyuntural de algunos políticos de los siglos XX y XXI? ¿dónde empieza y dónde termina Europa? ¿qué es lo que empieza allí donde Europa termina? ¿qué ciudad debiera ser su capital? ¿hasta dónde llega la tierra europea? ¿por qué son europeos los bosnios musulmanes? ¿por qué son europeos los canarios? ¿por qué no son europeos los blancos estadounidenses? ¿por qué no son europeos todos los rusos? ¿son europeos los esquimales? ¿son europeos los gitanos?

Estas y algunas otras preguntillas intrascendentes son las que me vienen a la cabeza al pensar sobre Europa como “comunidad de valores y orden jurídico” y en las dos o en las mil caras en que se descompone. Hagamos algunas reflexiones haciendo cinco estaciones en la Historia para tratar de llegar a alguna conclusión.

Europa es un continente... Bueno, un subcontinente
La prehistoria. Dentro de las tierras emergidas Europa no es más que el gran apéndice occidental del gran continente euroasiático. Es una “península de penínsulas” caracterizada por una enorme diversidad geográfica. Antes del Neolítico y mucho tiempo después aquella variedad geográfica era variedad de lenguas, razas, culturas, formas de vida, etc. ¿En qué momento alcanzan las tierras de este subcontinente algo parecido a la unidad? La respuesta no solamente afecta a Europa sino a tal cantidad de tierras cartográficamente extraeuropeas que es fácil volver a insistir en lo que ya sabíamos: que Europa es algo más que un continente. Groenlandia, Turquía, Las islas del Atlántico, toda Rusia, el norte de Africa, y de alguna manera todas las ex-colonias europeas son o han sido de una u otra forma tan “europeas” como Estrasburgo. Es importante recordar los tremendos problemas de coherencia geográfica que surgen cuando intentamos hacer mapas de Europa. ¿Por qué íbamos a decir “Europa, sé tu misma” si Europa fuera sólo un continente? Nadie le dice “sé tu misma” a una piedra. Si le pedimos que sea ella misma es porque reconocemos que hay algo más.

Roma no era la capital de Europa
Roma. La romanidad no inventó Europa. El imperio de los romanos supo aglutinar pueblos diversos bajo la tolerancia del panteón pagano y mediante la mano dura del Derecho y las legiones. Pero aquellos pueblos que por las buenas o por las malas tuvieron su capital en la ciudad eterna no se hicieron europeos sino mediterráneos. Los de la orilla norte eran europeos según los criterios de la geografía física aunque ese detalle decía poco en aquel tiempo. Había en el mundo clásico romanos muy romanos en Anatolia y en Hispania. Lo mismo de romanos en Túnez que en Croacia. Cuando llegó el momento de la división en dos de aquel gran imperio no se separaron los Europeos de los Asiáticos; ni los Europeos de los Africanos. Todo el imperio se desgajó en dos partes: Oriente y Occidente; Roma y Bizancio. Ambas partes igualmente “europeas”, ambas igualmente mediterráneas. El latín se había extendido hacia el norte, lo mismo que hacia el sur; y no pasó de los “limes” del Rin y el Danubio: le faltaba todavía mucho para llegar a ser la “lengua europea” que mucho después llegaría a ser.

Tampoco los cristianos pensaban en Europa
El Cristianismo. En el tiempo que va desde la caída del Imperio Romano de Occidente y la expansión fulgurante del Islam los misioneros cristianos ocuparon y sobrepasaron con creces las fronteras del viejo mundo grecorromano. Eran transmisores de un Evangelio llamado a impregnar todas las culturas y que no trataba por ello de establecer una única cultura común. La Cristiandad, conjunto de pueblos cristianizados, - incluidos los que fueron víctimas de las herejías de moda como el arrianismo -, crecía por el norte entre los pueblos bárbaros, y si algo detenía su avance por el sur era el desierto africano. En Armenia, en Egipto, en Túnez, hasta en la India... cristianos como San Agustín vivían con los mismos valores, los mismos ideales y los mismos problemas que sus hermanos de la Europa más europea. Tampoco fue la Cristiandad la que inventó Europa. Después de la Resurrección de Jesús la noticia evangélica se encaminó lo mismo a Oriente que a Occidente, al Norte que al Sur, a Europa que a los demás continentes. Santiago el Mayor, el apóstol del “primer itinerario europeo”, ni pretendió ni dejó de pretender la unidad cristiana de Europa. San Pedro acabó sus días en Roma buscando desde la Urbe simplemente una mayor eficacia en su predicación. Era la capital del mundo -no de Europa- y es por eso que se afincó allí la cabeza de la Iglesia.

¿Es el Islam el padre de Europa?
El Islam. Y llegamos por fin al punto en el que trataremos de explicar el título que encabeza la comunicación y el capítulo. Ahí va una batería de preguntas que desemboca en una única respuesta. ¿En qué momento histórico la Europa geográfica llegó prácticamente a coincidir con la Europa cristiana? ¿Qué fenómeno es el que casi borró el cristianismo al sur y al este del Mediterráneo? ¿Por qué la expansión natural de los misioneros europeos continuó hasta los confines del Círculo Polar y se adentró entre los pueblos eslavos pero retrocedió y no pudo avanzar ni por Africa ni por Oriente medio? ¿Qué es lo que obligó a los cristianos a permanecer asentados y como “encerrados” en el subcontinente europeo sin posibilidad de expandirse por Persia, por la India, por China? ¿Qué obstáculo presente en las fronteras al sur y al este de Europa no pudo impedir en cambio la evangelización de todo el continente Americano? ¿Por qué la conquista y colonización de América supuso de forma natural su paralela evangelización? ¿Por qué América e incluso Oceanía son considerados parte de “Occidente”? La respuesta es siempre el Islam. El Islam entendido no sólo como la religión de los musulmanes; no sólo como una doctrina que pretende ser superación del cristianismo y culminación de la Revelación; no sólo como unas creencias o ritos diferentes a los de los cristianos. Es el Islam como concreción política, territorial y casi nacionalista de una filosofía de vida. Es el Islam real y concreto que arraigado en las fronteras de Europa hizo que la Cristiandad se identificara sobre el mapa - de hecho y a la fuerza- con el continente Europeo. Es el Islam, un enemigo común al que la Europa acorralada y frustrada se enfrentó en la Reconquista española, en las Cruzadas, en Viena, en Lepanto. Es el Islam, padre a su pesar de la Europa cristiana.

Europa, Laicista o Creyente, es siempre “Católica”
La Expansión Misional. La vigorosa y rápida propagación del Islam en sus primeros años contrasta con su posterior estancamiento. Estancamiento que afecta no solo al dominio territorial sino también al desarrollo social, cultural, literario, artístico y científico de los países musulmanes. En cambio la expansión de Europa en todos los órdenes hizo que pasando por encima del mundo islámico -y haciéndolo retroceder en ocasiones como en España o en Grecia- evangelizara América, dominara todos los mares, conquistara y explotara las riquezas de medio mundo convertido en colonias... Todo ello, incluso con lo que conlleva de pecado (herejías, abusos, injusticias, opresión, guerras, liberalismo, filosofías apóstatas...) demuestra la fecunda y auténtica vocación “católica” de Europa. Un catolicismo o universalismo que impelía a los europeos a misionar o a conquistar, pero siempre a expandirse. Inquietos en sus pequeñas penínsulas, consumidos en guerras intestinas y abrumados por una riqueza cultural y material desbordante, los europeos inventaron la globalización católica, la universalidad. Los que tenían fe no luchaban por una cristiandad europea sino universal. Y lo más sorprendente es que los que a partir del siglo XVI fueron trastocando o perdiendo esa fe cristiana por culpa de las revoluciones protestantes y liberales ni trastocaron ni perdieron ese anhelo de universalidad que había sido inculcado en ellos por los primeros evangelizadores de Europa.

Conclusiones
Creo que puedo explicar el tratamiento conjunto e indiferenciado que acabo de hacer de creyentes y apóstatas; de jacobeos y jacobinos; de la Iglesia y la masonería. En ese sentido la Europa de los últimos doscientos o tal vez quinientos años es una permanente guerra civil; tiene dos caras, una cara y una cruz antagónicas, enfrentadas, que se simultanean y que luchan por conseguir la hegemonía y el control de toda Europa y sus pueblos diversos. Cuando se habla de la unidad de Europa es preciso hablar de su identidad, de sus raíces. Pasaron los intentos de basar la unidad europea en la fuerza, o en una etnia o cultura. El debate es ahora más profundo y por eso no es casualidad que se haya convertido recientemente en cuestión fundamental la inclusión o no de una referencia a las “raíces cristianas de Europa” en el proyecto de constitución europea. Los espíritus despiertos saben que una vez alcanzada la unidad formal de Europa, el que sea su identidad cristiana o sea pagana, creyente o laicista, realista o relativista será fundamental a la hora de prolongar en uno u otro sentido esa idea de expansión que de manera vocacional llevan dentro de sí todos los europeos. Saben que no sería igual la expansión misional de una “nueva evangelización” (que todavía podría tener un puntal en la Iglesia europea), que esa otra especie de expansión misional del laicismo que es capaz de infiltrarse incluso en las clases dirigentes de muchos países árabes y que hace soñar a algunos con la inclusión de Turquía y otras naciones islámicas en un gran conglomerado relativista.

La batalla pues continúa. Europa sigue siendo - como nos enseña la historia que hemos repasado- esa parte del Planeta que está ocupada por cristianos y postcristianos y rodeada por países musulmanes. Europa sigue siendo una comunidad de naciones en búsqueda de su identidad. Dependiendo de la respuesta que seamos capaces de dar a esa identidad Europa será de una u otra manera. Europa será ella misma o será otra cosa. Y con ella todas las demás partes del mundo. Esa y no otra es la grandeza de Europa.

F. Javier Garisoain Otero

PUBLICADO EN LA REVISTA ARBIL Nº 89.Esp. 2005-02-20