domingo, 1 de febrero de 2009

¿Qué es eso de las listas abiertas?


No creo que sea la panacea de todos nuestros males. Pero extender el método de las listas abiertas sería sin duda un paso bien interesante en este momento en el que las instituciones, el armazón del estado, el peso del organigrama, la voz del colectivo y la partitocracia se han convertido en verdaderas “estructuras de pecado” que deshumanizan hasta anular la responsabilidad personal –o lo que es lo mismo, la libertad- de cada uno. En el sistema actual el voto es un cheque tan blanco y generoso que aquel partido que consiga hacerse con la mitad mas uno puede sacar adelante casi todo lo que se le ocurra. En cambio, si los cargos electos, especialmente los cargos de representación, fueran elegidos por la gente y no por el comité de listas de cada partido la coherencia personal de cada candidato sería algo decisivo. No habría multas por votar en conciencia, por ejemplo, y hasta es posible que se pudiera rescatar el “mandato imperativo” de las Cortes antiguas que vinculaba directamente al elegido con la voluntad y los intereses concretos de sus electores y no con esa falacia nebulosa de la “soberanía nacional”.

Para empezar es algo que hay que imaginárselo porque salvo en el caso medio fraudulento de la papeleta del Senado y la excepción de algunos municipios diminutos es un concepto inédito en el actual sistema político español. Básicamente consiste en que a la hora de elegir candidatos para cargos políticos, ya sean estos de representación o de gobierno, se pueda prescindir de la marca de cada partido y se posibilite la elección persona a persona.


Hace algún tiempo ha surgido en Cataluña una iniciativa llamada “Acción por la Democracia” que trata de aportar ideas para reformar el actual sistema político, cada vez más partitocrático, más mediocre, más corrupto, más cerrado y más deshumanizado. Ojalá se extendiera pronto y fuera calando hasta hacerse realidad. Aunque sin olvidar por ello que, como todo, también el exceso de personalismo en política tiene algunos riesgos. El principal es que la mayor tentación que tienen -que tenemos- los políticos es creernos que se nos elige allí donde estamos por nuestra cara bonita y nuestros propios méritos. Otro día les contaré qué tiene que ver el orgullo con la política.

F. Javier Garisoain Otero

Licenciado en Historia y político
PUBLICADO EN COPE.ES