miércoles, 13 de julio de 2011

El mal menor y el voto util.


Este artículo pretende en primer lugar distinguir entre la lícita doctrina moral del mal menor y la más discutible táctica política del mal menor. Seguidamente comentar‚ las circunstancias históricas que han rodeado el nacimiento y evolución de dicha táctica en el ámbito católico, sus fases, y algunas razones que expliquen su ineficacia demostrada allí donde se ha desarrollado. Por último tratar‚ de aportar algunos puntos de reflexión sobre la idea, moralidad o eficacia de lo que llamamos voto útil.
1. La doctrina moral del mal menor
Como es bien sabido, en sana filosofía, el mal no tiene entidad propia porque sólo es ausencia de bien. El mal menor, pues, no es más que carencia de bien. Y en este sentido mal menor es exactamente lo mismo que bien mayor.

Ocurre como con la conocida imagen de la botella "medio llena" o "medio vacía". Sabemos que el nivel de una botella a medias puede cambiar a mas o a menos. Sabemos que diversas limitaciones internas o externas nos pueden alejar de la perfección individual y social. Por eso la doctrina del mal menor, que exige procurar siempre el mayor bien posible y evitar el mal en lo posible, es válida siempre.

Ante una elección, suponiendo que nuestra única responsabilidad sea elegir, no existe otra posibilidad de rectitud ética que elegir lo mejor. Y si todo es malo hay que elegir el mal menor. Y no estar de mas convenir que en ciertos casos el negarse a elegir, es decir, la abstención, aún siendo un mal, puede ser el verdadero mal menor que estamos buscando. Todo ello suponiendo -insistimos- que nuestra única responsabilidad sea elegir. La cosa cambia, como veremos, si nuestra responsabilidad no es elegir, sino hacer, o proponer.

El contenido del bien común (o del mal común)
En boca de un cristiano los conceptos de bien común, mal común, mal menor y bien mayor no son realidades nebulosas o cambiantes sino principios concretísimos e inamovibles. El bien común es definido por el Catecismo como "el conjunto de condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a las personas conseguir más plena y fácilmente su propia perfección". ¨Y en qué‚ puede consistir la perfección personal y social según la Iglesia Católica?"

Para quien no cree en principios inmutables o ajenos a la voluntad humana el bien común o no existe o es un límite puramente convencional que podrá ser definido en cada circunstancia por la mayoría, o por los más hábiles, o los más fuertes. Esta es precisamente la mayor incompatibilidad que existe entre la doctrina católica y las teorías liberales o de la democracia moderna: la soberanía nacional que se contrapone a la soberanía de Dios.

Para los laicos católicos, sin embargo, no hay duda sobre el rango moral de las acciones humanas. Entre la apostasía o rechazo consciente de Dios, y el martirio o expresión máxima de fe y entrega al Creador, existe una escala que, en cada momento, nos permite distinguir perfectamente entre el bien y el mal; entre el mal mayor y el mal menor.

En política, el bien que nos interesa distinguir es el bien común porque es precisamente ese bien lo que limita y justifica la tarea política. Y es tan necesaria una idea de bien común que cualquier sociedad muere por descomposición interna si falta ese espíritu común. Por eso toda sociedad, aunque no se atreva a llamarse así, es confesional. Porque la confesionalidad de una comunidad humana no es mas que eso: una definición pública de bien común.

El bien común en una sociedad plural y según el pluralismo
¿Pero qué‚ ocurre cuando no hay consenso posible a la hora de definir el bien común? Una sociedad plural puede admitir discrepancias internas en multitud de asuntos pero ¿puede soportar visiones contradictorias sobre los principios básicos que justifican su unidad y la misma política? La respuesta afirmativa está en la historia, que nos muestra acuerdos posibles para preservar lo más básico como puede ser la convivencia pacífica. La mítica Toledo "de las tres culturas" -por ejemplo- no fue esa comunidad "pluralista" que algunos sueñan, sino una ciudad con una confesionalidad cristiana "oficial" (el Rey gobernaba y las leyes se dictaban según el dogma católico) en la que eran toleradas y convivían minorías también confesionales (hebreos y musulmanes) con unas libertades limitadas por el "estado" para hacer posible la convivencia en una sociedad "plural".

J.Maritain en su obra "Humanismo integral" expresa con bastante exactitud este mismo concepto de tolerancia que no presupone la renuncia a la confesión de las propias creencias: "...para evitar mayores males (que atraerían la ruina de la paz de la comunidad y el endurecimiento o la relajación de las conciencias), la ciudad puede y debe tolerar en su ámbito (y tolerar no es aprobar) maneras de adorar que se aparten más o menos profundamente de lo verdadero (...) maneras de adorar y también maneras de concebir el sentido de la vida y maneras de comportarse". Así pues la tolerancia cristiana, cuya base es el respeto a la persona, es inseparable del establecimiento de un límite que marque la diferencia entre lo tolerable y lo intolerable. Porque "el espíritu del Evangelio es incompatible con el odio al enemigo en cuanto persona, pero no con el odio al mal que hace en cuanto enemigo". (Cat. 1933)

Cosa muy distinta es el pluralismo. Esta teoría pretende la convivencia de varios sistemas de legitimación de valores en la misma sociedad diluyéndolos y relegándolos a la conciencia individual, pero sin proclamar la supremacía de ninguno de ellos.

Lo que ha venido a sustituir la vieja "confesionalidad" que definía un bien común concreto es una construcción ideológica, política y dogmática que ahora, supuestamente, ya puede ser aceptada por cualquier persona independientemente de sus creencias o principios éticos.

Para la ideología pluralista el bien común ya no es aquel conjunto de principios éticos que limitan y justifican la política, sino la resultante final de los conflictos éticos que se resuelven por consenso, casuísticamente, empíricamente, sin criterios generales. No hay pues valores institucionalizados porque lo que se institucionaliza no son principios o fines, sino medios. La libertad, o el diálogo, por ejemplo, que son medios para el desarrollo digno del ser humano son ahora ensalzados como fines salvíficos en sí mismos.

La antigua confesionalidad repugna a la mentalidad pluralista. Pero del mismo modo que repugna la confesionalidad única y excluyente, repugna la pluriconfesionalidad o multiconfesionalidad. Se afirma la pluralidad de la sociedad, pero se renuncia también a definir la confesionalidad de cada parte de esa sociedad como no sea la del puro individuo.

El resultado es una nueva forma de "confesionalidad aconfesional", la preeminencia de una "religión política", intransigente y dogmática a su modo, en la que está permitido dudar de todo, pero que no permite manifestar creencias o convicciones, y menos de forma colectiva. El pluralismo es el brazo político del relativismo. Y si el relativismo ignora la verdadera relatividad de las cosas, el pluralismo anula la verdadera pluralidad.

Pues bien, en este ambiente confuso y engañoso de las sociedades modernas, que se niegan a definir principios de bien común, es en el que la Iglesia nos pide a los laicos que demos testimonio -también en el ámbito político- de nuestra fe, y culto a la verdad. Y nos pide que colaboremos con los no-católicos pero que "en tales colaboraciones procuren los católicos ante todo ser siempre consecuentes consigo mismos y no aceptar jamás compromisos que puedan dañar la integridad de la religión o de la moral". (Juan XXIII, Mater et magistra, 239 y Pacem in terris, 157)

Hay pues un deber de participar. ¿Se satisfará ese deber con la mera elección pasiva del mal menor? Si el llamamiento es a participar, a hacer, a construir, habrá que hacer el bien.
2. La táctica política del mal menor
La táctica política del mal menor es una cosa distinta, como ya se ha dicho, de la doctrina moral del mismo nombre.

Anteriormente hemos afirmado que la doctrina moral del mal menor es lícita siempre que nuestra responsabilidad sea sólo la elección entre opciones malas. Pero ¿qué‚ ocurre cuando tenemos la responsabilidad de hacer propuestas? ¿Es lícito proponer un mal, aunque sea menor? La respuesta, desde el punto de vista ético, es negativa, categórica y perogrullesca: el mal menor, antes que menor, es mal. Y si la táctica del mal menor consiste en proponer males menores para evitar que triunfen males mayores la conclusión es que no es moralmente lícito recurrir a ella.

He aquí algunos argumentos contra el malminorismo:

- Porque la doctrina católica es clara al respecto cuando afirma que la conciencia ordena "practicar el bien y evitar el mal" (Cat. 1706 y 1777), que no se puede "hacer el mal" si se busca la salvación (Cat. 998) y que "nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien". (Cat.1789)

- Porque la responsabilidad de los laicos católicos no puede limitarse a elegir pasivamente entre los males que los enemigos de la Iglesia quieran ofrecer, sino que debe ser una participación activa y directa, "abriendo las puertas a Cristo".

- Porque el mal menor pretende asignar a los católicos un papel mediocre y pasivo dentro del nuevo sistema "confesionalmente aconfesional".

- Porque el mal menor convierte en cotidiana una situación excepcional.

- Porque una situación de mal menor prolongado hace que el mal menor cada vez sea mayor mal. Los males "menores" de nuestros días pesan demasiado como para no evidenciar un enfrentamiento radical con el Evangelio: el individualismo, la relativización de la autoridad, el primado de la opinión, la visión científico-racionalista del mundo... principios que se manifiestan en la pérdida de fe, la crisis de la familia, la corrupción, la injusticia y los desequilibrios a escala mundial, etc.

- Porque la táctica del mal menor se ha demostrado ineficaz en el tiempo para alcanzar el poder o reducir los males.

- Porque es preciso exponer en su integridad el mensaje del Evangelio ya que "donde el pecado pervierte la vida social es preciso apelar a la conversión de los corazones y a la gracia de Dios" (...) y "no hay solución a la cuestión social fuera del Evangelio" (Cat. 1896)

- Porque la propuesta de un mal por parte de quien debiera proponer un bien da lugar al pecado gravísimo de escándalo que es la "actitud o comportamiento que induce a otro a hacer el mal" (Cat. 2284). A este respecto es muy clara la enseñanza de Pío XII: "Se hacen culpables de escándalo quienes instituyen leyes o estructuras sociales que llevan a la degradación de las costumbres y a la corrupción de la vida religiosa, o a condiciones sociales que, voluntaria o involuntariamente hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana conforme a los mandamientos (...) Lo mismo ha de decirse (...) de los que, manipulando la opinión pública la desvían de los valores morales". (Discurso de 1/6/1941. Recogido en: Cat. 2286).

- Porque un mal siempre es un mal y "es erróneo juzgar la moralidad de los actos considerando sólo la intención o las circunstancias" (Cat. 1756).
3. Como nace el mal menor
No entraremos ahora a describir otras actitudes de los católicos mantenidas con mayor o menor éxito en los últimos doscientos años contra la revolución liberal. Conste simplemente que creemos, también para la situación actual, en la posibilidad de descubrir y practicar otras formas de participación de los católicos en la política que no sean las del mal menor. Lo que nos interesa ahora es tratar de entender cómo y por qué nació la táctica política del mal menor.

Históricamente, la táctica política del mal menor nace en la Europa cristiana y postrevolucionaria de la mano de dos movimientos políticos católicos: el catolicismo liberal y la democracia cristiana. Son muy complicados los motivos que llevan a sus promotores a adoptarla en la teoría. Y son contradictorios los hechos y las decisiones adoptadas en la práctica. Lo que en ningún momento entramos a juzgar es la intención. Nos consta que en muchas ocasiones los malminoristas son hombres de iglesia, católicos inquietos por los avances de la revolución y deseosos de hacer algo en un contexto de debilidad de la respuesta católica a la revolución liberal.

Se puede llegar al malminorismo por diversos motivos que se superponen y entremezclan:

- Por "contaminación" del pensamiento revolucionario y el deslumbramiento ante la aparente perfección de las nuevas ideologías. Buscando, por ejemplo, el compromiso de la Iglesia con una forma política concreta (nacionalismo, parlamentarismo, democracia, etc.)

- Por exageración de los males del Antiguo Régimen y su identificación con la misma Doctrina Católica.

- Por cansancio en la lucha contrarrevolucionaria, por el acomodo conservador de quienes están llamados a la valentía.

- Por una derrota bélica de las políticas católicas, o tras un período intenso de persecución religiosa.

- Por una aparente urgencia de transacción con los enemigos de la Iglesia a fin de que, al menos, sea tolerada por unas autoridades hostiles una mínima labor apostólica.

- Por maniobras de partidos revolucionarios que intencionadamente procuran sembrar dudas y división entre los católicos.

- Por la carencia de verdaderos políticos católicos lo cual anima la intromisión del clero en la política concreta.

- Por la misma intromisión clerical en el juego político lo que a su vez retrae de la participación a unos y desautoriza la labor independiente -y tal vez discrepante en lo contingente- de otros laicos.

- Por ingenuidad de los católicos que confían sin garantías en las reglas del juego establecidas por los enemigos de la fe.

- Por una sobrevaloración del éxito político inmediato olvidando que, como dice el catecismo: "el Reino no se realizará (...) mediante un triunfo histórico de la Iglesia en forma de un progreso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal". (Cat. 677)

- Por una creciente desorientación y falta de formación del pueblo católico que genera pesimismo o falta de fe en la eficacia salvadora de los principios del Derecho Público Cristiano.

- Por un enfriamiento en la fe y la religiosidad. Porque sin ayuda de la gracia es muy difícil "acertar con el sendero a veces estrecho entre la mezquindad que cede al mal y la violencia que, creyendo ilusoriamente combatirlo, lo agrava". (Centesimus Annus, 25. En Cat. 1889)
4. Como ha evolucionado la táctica del mal menor
La táctica del mal menor no se ha introducido de golpe en ningún momento. Lo ha hecho de forma progresiva a lo largo de los dos últimos siglos. Hay sin embargo dos momentos álgidos que corresponden con la extensión del catolicismo liberal primero y de la democracia cristiana después. Lo que es innegable y constante es la tendencia que, como en un plano inclinado, empeora cada vez más el mal menor.

En la historia política de los países europeos se podrían identificar las siguientes situaciones:

- En un primer momento, tras el choque violento de la revolución, y argumentando el accidentalismo de la Iglesia (que corresponde a la institución pero no a los laicos), los malminoristas toleran, consienten y hasta promueven la disolución de estructuras políticas y sociales tradicionales (monarquía, gremios, instituciones religiosas, bienes comunales, etc.) que eran de hecho un freno a la revolución.

- Paralelamente a la secularización de la política y por un cierto maquiavelismo, empiezan a omitir los argumentos religiosos a la hora de hacer propuestas con la ilusión de captar así el apoyo de los no católicos. Algunos llegan a afirmar como justificación para no hablar de la Redención que "la doctrina cristiana es más importante que Cristo" lo cual es puro pelagianismo.

- El paso siguiente en la táctica malminorista es el intento de unión de los católicos en torno a un programa mínimo pero no para presentar una alternativa al nuevo régimen sino para integrarse mejor en él con la idea de "cambiarlo desde dentro". Para ello se procura el desprestigio de otros políticos y tácticas católicas marginales.

- Un recurso frecuente en los malminoristas es tratar de ganar la simpatía de la jerarquía mediante promesas de "paz y reconciliación" que permitan la reconstrucción material de las Iglesias y el mantenimiento regular del culto. Se trata de un intento desesperado de salvar "lo que se pueda", de tentar a la jerarquía de la Iglesia con una dirección política que no le es propia. Que podría ser algo excepcional, pero no la tónica habitual de participación política católica.

- En ocasiones son los propios obispos o miembros del clero quienes promueven grupos políticos en esa línea con una mentalidad puramente defensiva de la Iglesia. Esta intromisión empobrece la acción política de los católicos, la hace "ir a remolque" de las propuestas revolucionarias, y compromete a la Iglesia con soluciones políticas legítimas pero opinables. Cuando alguien propone hacer acción social, como lo hizo en España un influyente obispo, "para que no se nos vayan los obreros de la Iglesia" está falseando la finalidad de la verdadera acción social, que no puede ser un mero instrumento de catequesis, sino un deber de justicia y responsabilidad de los laicos.

- El caso del Ralliement propuesto por León XIII, que envalentonó aún más a los enemigos de la Iglesia en Francia, o la verdadera traición de ciertos obispos mexicanos a los católicos cristeros, milagrosamente perdonada por el pueblo fiel, son dos ejemplos de las nefastas consecuencias a las que puede llevar el malminorismo. En este sentido la claridad del Concilio Vaticano II al exigir la abstención del clero de toda actividad política representa una rectificación importante. Es preciso reconocer que el empeño cobarde de algunos cristianos por buscar la mera supervivencia material de la Iglesia, la "añadidura", ha sido un anti-testimonio escandaloso. Es un escándalo que quienes dicen con el Evangelio "Buscad el Reino de Dios y su justicia..." olviden que el mal moral es "infinitamente más grave" que el mal físico. (Cat. 311)

- Más recientemente y coincidiendo con la euforia previa al Concilio Vaticano II se procuró la disgregación de partidos, asociaciones, instituciones y estados católicos con la idea de potenciar una especie de "guerra de guerrillas" que pudiera conquistar así la opinión pública y llegar a todos los rincones del entramado social. Los resultados est n a la vista: no sólo se han debilitado o extinguido las antiguas herramientas sino que además no ha surgido esa nueva "guerrilla" y no se ha conquistado nada nuevo que no fuera ya católico.

- El último paso del malminorismo y la demostración palpable de su maquiavelismo es la justificación del voto útil lo que, paradójicamente, contradice el mal menor porque pide que se vote no ya al menos malo, sino a una opción que tenga posibilidades de triunfo, aunque sea peor que otras opciones con menos posibilidades.
5. La ineficacia del mal menor
Al analizar la génesis y desarrollo de las tácticas malminoristas, en ningún caso condenamos aquí la intención de quienes las han apoyado o apoyan. Simplemente queremos constatar algunas razones que expliquen por qué‚ el malminorismo nunca consigue lo que se propone. No consigue reducir el mal:

- Porque las energías que debían gastarse en proponer bienes plenos se gastan en proponer males menores.

- Porque es una opción de retirada, pesimista, en la que el político católico esconde sus talentos por temor, o por falsa precaución.

- Porque la táctica del mal menor predica la resignación; y no precisamente la resignación cristiana, sino la sumisión y la tolerancia al tirano, a la injusticia y al atropello. Con tácticas malminoristas no habrían existido el alzamiento español de 1936, ni las guerras carlistas, ni habría caído el muro de Berlín. No habría habido Guerra de la Independencia Española, ni insurgencia católica en la Vendée, ni Cristeros en México. Y tal vez ninguna oposición habría encontrado el avance isl mico por Europa. No habrían existido ni Lepanto, ni Cruzadas, ni Reconquista.

- Porque el mal menor se presenta como una forma inteligente de favorecer económica y físicamente a la Iglesia olvidando que la mayor riqueza de la Iglesia -su única riqueza- es el testimonio de la Verdad, testimonio que si sigue hoy vivo es gracias a la sangre de los m rtires.

- Porque hay ejemplos sobrados en los que el triunfo del malminorismo ha dado el poder a partidos que reclamando el voto católico han consentido, como es el caso de la Democracia Cristiana en Italia, una legislación anticristiana (divorcio, aborto, etc.).

En definitiva, el malminorismo no ha sido derrotado nunca porque en sí mismo es una derrota anticipada, una especie de cómodo suicidio colectivo. Es el retroceso, la postura vergonzante y defensiva, el complejo de inferioridad. Defendiendo una táctica de mal menor, los cristianos renuncian al protagonismo de la historia, como si Cristo no fuese Señor de la historia. Se creen maquiavelos y sólo son una sombra en retirada. Niegan en la práctica la posibilidad de una doctrina social cristiana, y niegan la evidencia de una sociedad que, con todos sus imperfecciones, ha sido cristiana. El malminorismo, contrapeso necesario de una revolución que en el fondo es anticristiana, ha fracasado siempre, desde su mismo nacimiento.

En cambio, la historia de la Iglesia y de los pueblos cristianos est llena de hermosos ejemplos en los que el optimismo -o mejor, la esperanza cristiana-, nos enseña que es posible, con la ayuda de Dios, construir verdaderas sociedades cristianas. La política cristiana no ha fracasado en la medida en que todavía hoy seguimos viviendo de las rentas de la vieja cristiandad occidental.
6. El voto util
La teoría del voto útil contradice aparentemente la del mal menor -o la corrige- cuando propone votar o hacer no ya lo menos malo, sino aquello que, aunque no sea lo menos malo, tenga posibilidades de triunfo.

El intento de justificar el voto útil ("que no triunfe un mal mayor") es el colmo del maquiavelismo político y ni siquiera el respaldo de una "buena intención" es capaz de eliminar su perversidad moral. El milagro de sacar bienes de los males est reservado a Dios y además "no por eso el mal se convierte en bien". (Cat. 312)

El voto útil se adopta entre los cansados, o los que quieren ganar a toda costa, o los que ansían el éxito social inmediato. Merece la pena, ante la tentación de ese éxito inmediato, aprender de los testimonios de los santos de la Iglesia, que para eso precisamente están. ¿Cuál de ellos empleó en su tiempo este concepto miope y egoísta de utilidad?

El voto útil es una trampa por razones evidentes:

- Porque ante cualquier elección en la que están en juego los principios, un católico tiene la obligación moral de dar preferencia a las opciones objetivamente católicas. Y si no existen debe escoger el mal menor (que bien podría ser la abstención).

- Porque hace del concepto de "utilidad" el centro de la política y lo identifica con la conquista del poder, sea como sea.

- Porque la idea de utilidad inmediata, que construye sobre arena, es generalmente estéril. No evita la ruina porque no remedia las causas del daño. La verdadera utilidad -también en política- es la que mira más allá. La que siembra sin pensar en la cosecha.

- Porque impide salir del círculo vicioso de un mal menor cada vez peor.

- Porque olvida que hay otras "utilidades" a las que puede encaminarse la acción política como son: romper la unanimidad negativa, ayudar a promover cambios positivos, dar ejemplo de fidelidad a unos principios, dar testimonio de coherencia y de honradez, etc.

- Porque anula la influencia pedagógica o formativa que tienen los políticos ante el pueblo sencillo y los convierte en personajes engañosos, maestros en la mentira.

- Porque falsea el sistema representativo que dice defender, cuando el voto pierde su justificación originaria que es otorgar la representación de un interés legítimo o de un principio.

- Porque impide que se consoliden progresivamente opciones católicas fuertes.

- Porque se adhiere a la tendencia que ridiculiza y desprecia lo testimonial, es decir, lo "martirial".
7. Conclusiones
Cuanto en reflexiones teóricas como la que es el objeto de esta comunicación se denuncian errores filosóficos o teológicos, es importante descubrir que, gracias a Dios, esos errores, cuando se concretan en movimientos y personas, siguen adelante en medio de felices incongruencias, acuciados por la realidad de las cosas. Raras veces llegan a desarrollar las últimas consecuencias de sus principios. Por eso el resultado de una acción política, aunque parta de unos principios erróneos, es incierto y sorprendente. "Dios creó un mundo imperfecto, en estado de vía". (Cat. 310) y ni siquiera el acceso al gobierno político de personas santas podría eliminar todas las imperfecciones de este mundo.

Una vez reconocida esta tremenda limitación de la realidad política, nuestra responsabilidad de laicos católicos no puede ser la resignación ante un mundo imperfecto, sino la lucha y la aventura por procurar el acercamiento al ideal de perfección que propone también a un nivel social el Evangelio. Aquí radica el verdadero y sano pluralismo que debe existir entre los católicos, porque sin reconocer cierto "derecho a la equivocación" ser imposible rectificar y mejorar.

Desde mi punto de vista, entiendo que la Doctrina de la Iglesia pide a los laicos católicos una participación activa en la vida política. Entiendo que todo llamamiento a la unidad entre los católicos no puede exigir mas que una unión en los principios pre-políticos, es decir, en torno a una misma idea de bien común. Y entiendo que esa acción política católica es responsabilidad exclusiva de los laicos, no de la Institución jerárquica.

Después, a la hora de concretar la acción, entiendo que los católicos pueden legítimamente agruparse en asociaciones católicas. De hecho el Concilio considera "asociaciones de apostolado las específicas de evangelización y santificación, las que se dedican a las obras de misericordia, y las que persiguen la inspiración cristiana del orden social" (Lumen Gentium, 37).

En cuanto a los conceptos de mal menor y voto útil, estas son mis conclusiones:

- El mal menor como doctrina moral es siempre válido si nuestra responsabilidad es exclusivamente la elección.

- El mal menor como táctica política nace en la Europa postrevolucionaria en un contexto de debilidad de las opciones políticas cristianas.

- La táctica del mal menor es pesimista e ineficaz.

- La táctica política del voto útil es puro maquiavelismo político y aunque aparentemente contradice la táctica del mal menor es en realidad una prolongación de una misma concepción que esteriliza la acción política de los laicos católicos.



PUBLICADO EN ARBIL NUMERO 46 Y TAMBIEN EN NUMERO 100.

Familia y trabajo

En el siglo pasado (XX) -quizás porque los hombres estábamos demasiado entretenidos en las cosas de la guerra- hicimos el fenomenal descubrimiento de que las mujeres también están capacitadas biológicamente para conducir autobuses, sacar muelas, o vender pisos. Desde entonces tenemos entre manos un debate insoluble que gira en torno al ajetreo que la vida moderna impone a la pobre y estresada mujer moderna. Ultimamente se han oído algunas voces sensatas procedentes de un autoproclamado "nuevo feminismo". Son gente razonable, mujeres valientes, que se ha parado a pensar y han llegado a una conclusión: que no puede ser bueno un estado de cosas que te obliga a elegir entre tu familia y tu vida laboral. Se lamentan, por ejemplo, de la masculinización del modelo femenino, o de cómo hemos construido un sistema que menosprecia al ama de casa marujizándola. Pero me extraña que ni por este lado ni por otros se llegue a explicar de forma satisfactoria la importancia real de eso que hemos llamado "célula básica de la sociedad".

Los sesudos ideólogos modernos dicen que el problema está en compaginar el trabajo con la familia. Y por eso tratan de hacer equilibrios entre tres conceptos diferentes como si fueran tres peligrosas antorchas de malabarista: el ámbito laboral del hombre, el ámbito laboral de la mujer y el ámbito familiar de ambos. Este esquema, basado en el individualismo más atroz, provoca por simple exclusión cronológica que el ámbito familiar acabe identificando con el tiempo libre y reducido a su mínima expresión. Al final es como si el trabajo remunerado fuera exclusivamente cosa de solteros, o como si la gente hubiera de casarse sólo por pasar acompañado el tiempo de ocio. Con este esquema no me extraña que haya quien promueva la equiparación del matrimonio a cualquier tipo de asociación.

Pero gracias a Dios la realidad de las familias felices, -que las hay-, supera con creces las paranoicas ficciones teóricas de los familicidas. Las familias que funcionan son aquellas en las que, de alguna forma, la disgregación es superada por la unión. Estoy pensando en esos matrimonios en los que ambos cónyuges empujan en la misma dirección porque ambos saben que su familia, aunque no cotice en la bolsa, es una empresa más real que la Wolkswagen o la Coca-cola. Los carniceros, los hosteleros, los relojeros, los médicos, los maestros, los embajadores y hasta los jefes de estado de todo el mundo han sido, son y serán mejores profesionales si, de alguna forma, cuentan codo con codo con el respaldo y la compañía de su cónyuge y sus hijos. Y el hecho de que el titular del negocio sea casi siempre el marido no resta fuerza al argumento. ¿O es que piensa Vd. que es más digno e importante poner ladrillos que alimentar, vestir y cuidar a quien pone ladrillos y a los hijos de quien pone ladrillos?

La tarea pendiente de la familia postmoderna consiste en redescubrir la complementariedad de los sexos. Se trata, sencillamente, de fijarse en la realidad evidente de las familias que funcionan. Es preciso reconstruir el puzzle y unir todas sus piezas en la vida familiar, en el tiempo libre y, también, en la vida laboral y económica. Porque si marido y mujer son "una sóla carne", ¿cómo no van a ser una sola cartera?

Los luminosos tiempos oscurecidos de la Europa cristiana habían resuelto el problema con fórmulas que hoy nos podrían servir si acertamos a descubrir su espíritu. Aquellos antiguos matrimonios "arreglados" por nuestros abuelos perdían romanticismo (y emoción) porque sobreponían la razón al sentimiento. Pero al menos entendían juiciosamente que cada familia es, entre otras cosas, una unidad económica, que el trabajo no es cosa de hombres, ni cosa de mujeres, sino cosa de toda la familia. Por eso pienso, confiado en aquella sabiduría que nos ha hecho ser lo que somos, que familia que trabaja unida, permanece unida. Como la que reza.



PUBLICADO EN ARBIL NUMERO 49.

Integración y desintegración. o "quiero a los musulmanes, pero mejor lejos".


Frente a la emigración sudamericana, que españoliza España, trayendo valores que aquí estamos perdiendo, y que, eliminando los lógicos problemas de asentamiento, se integra rápidamente, hay otra emigración, que debido a la debilidad moral del pueblo español, puede ser peligrosa.
Alguien se puso a buscar en la caverna y me encontró. Me llamaron de Antena 3 TV, del programa de Mercedes Milá, por si quería participar en un debate sobre integración de los inmigrantes. Yo dije que sí. Pero luego me dijeron que no porque "ya había mucha gente". En fin, cosas del directo. Lo que sigue son mis argumentos al respecto.

Para empezar, cuando se habla del problema de la INTEGRACIÓN de los INMIGRANTES hay que constatar un hecho: que no todos los inmigrantes tienen los mismos problemas de integración.

Los inmigrantes procedentes de la América hispana, por ejemplo, tienen sus problemas, naturalmente. Y necesitan que se les trate con justicia y respeto. ¡Faltaría más! Sin embargo la amabilidad innata que les caracteriza, el dominio de un idioma que nos devuelven refinado, y sobretodo esa fe que aún no han retorcido del todo las elucubraciones ideológicas europeas, hacen que, como comunidad, no se pueda hablar de problemas de integración graves de los hispanos. Es lógico que vengan a España. Es saludable que vengan. Vienen por un puente que llevamos quinientos años construyendo, a pesar de todo. Y vienen, entre otras cosas, para ayudarnos a atender a los turistas. Tenemos que quererlos.

Pero con los inmigrantes procedentes del Islam es distinto. Llevamos separados de ellos mil trescientos años por una belicosa frontera. ¿Cómo va a ser extraño que den los musulmanes problemas de integración? Al fin y al cabo el problema de la integración es cultural. Es decir: religioso. Religioso con implicaciones políticas.

Los musulmanes, cuya cosmovisión religiosa exige el desarrollo paralelo y simultáneo de unas estructuras políticas concretas, llegan a Europa y se encuentran con países post-cristianos en los que, en teoría, vale todo. Aquí ya no se enfrenta la vieja Cristiandad contra el bárbaro Islam como en los tiempos de la Reconquista. La Cristiandad auténtica vive agazapada. Hace tiempo que fue derrotada por el liberalismo relativista que se sienta en el trono de los antiguos reyes cristianos.

Los enfrentamientos y las incomprensiones de que somos testigos se están produciendo entre un estado laico y aconfesional postcristiano que se creía que lo tenía todo controlado, y un grupo religioso, una comunidad de fe y vida, a la que no se quiere reconocer su personalidad como tal grupo creyente y dogmático.

Es una ingenuidad supina pensar que los musulmanes que vienen se van a contentar con la mera tolerancia mediocre de los liberales. No están viniendo para mezclarse con nosotros. Vienen para vivir. Para vivir con todas las consecuencias. También con consecuencias políticas. En cierto modo tengo que decir que hacen bien. Todo el mundo tiene derecho a que se le deje vivir en paz y a su aire -dentro de un orden- y sería inhumano permitirles venir a condición de mutilar su credo o renunciar a sus creencias.

Me hace gracia ese escándalo y esos aspavientos que lanzan los liberales relativistas cuando chocan con el dogmatismo monoteísta del Islam. Al fin habían conseguido arrinconarnos a los católicos que queremos una confesión religiosa pública, y resulta que se encuentran ahora con un monoteísmo confesional todavía "peor", más intransigente si cabe, que nuestro civilizado dogmatismo católico.

Lo que pasa es que los relativistas no comprenden a los musulmanes. Es más: los desprecian casi tanto como al Papa. En cambio los católicos no-liberales si que podemos comprenderles. Pero voy todavía más lejos: yo amo a los musulmanes. Les quiero, ¡si!. Me gusta que recen. Me encanta saber que ofrecen a Dios su ayuno y su limosna. Y los quiero tanto, tanto, tanto, que espero que, un día, se hagan cristianos como yo, cuando crean por fin que Jesús es el Salvador.

Pero claro, mientras tanto hay que convivir. Y para convivir como Dios manda lo que hay que hacer es reconocer la personalidad de cada comunidad religiosa islámica allá donde quiera que esté. Y por la misma razón tendremos que reconocer antes -¿no es así?- la personalidad católica de España y los españoles, allá donde quiera que estén. Se trata de nuestra propia personalidad, de nuestra identidad. Si no la defendemos estaremos perdidos.

¿Cómo podrá una dirección política relativista y anti-confesional defender nuestra identidad como pueblo? Me temo que la confesión relativista es muy débil. Siempre acaba cediendo al más fuerte. Hace cincuenta años cedió en toda Europa ante el más fascista, hoy cede ante el más rico. Y así todo sucede, en fin, sólo porque la política relativista que sufrimos se empeña en ignorar la realidad del hecho religioso.

Los musulmanes no se van a escandalizar porque a los cristianos nos de por defender nuestra religión católica. ¿Cómo se iban a escandalizar si ellos mismos no tienen la más mínima tolerancia en sus países?. Lo que realmente no entienden los islamitas, lo que les hace mirar a nuestra "Al-Andalus" como tierra re-reconquistable es que los cristianos hayamos renunciado a vivir "en cristiano" con todas las consecuencias.

En conclusión. Si yo tuviera bigote y fuese el presidente de un partido con mayoría absoluta en España, con el fin de evitar problemas futuros bastante más gordos que la cuestión del "chador", haría -entre otras cosas- lo siguiente:

1º. Concedería estatutos especiales -muy concretos y limitados- a las comunidades de musulmanes que -por desgracia- ya están entre nosotros, reconociéndoles su identidad y el derecho que tienen a usar vestidos, lengua, educación, cultos, etc. según su costumbre. Pero no me empeñaría en integrar lo imposible.

2º. Primaría la inmigración de cristianos frente a la de musulmanes. Porque la inmigración musulmana es una verdadera invasión. Porque la historia está para algo y sería del género idiota volver a abrir una página que bien o mal se cerró en 1621.

3º. Procuraría llevarme bien con nuestros vecinos musulmanes de Africa.



PUBLICADO EN ARBIL NUMERO 54.

Historia del machismo .

El nacimiento del machismo como tal sucedió en aquellos tiempos en los que unos "progres" neopaganos reinventaron la palabra "ciudadano" olvidando que la base de una comunidad feliz no puede ser el individuo, sino la familia.
El machismo, esa ideología que defiende una supuesta superior dignidad del varón a costa de despreciar los valores y actitudes femeninas, está más vivo que nunca. Lo propagan con insistencia los hombres partidarios del divorcio y la pornografía, pero más aún, con una especie de desesperación suicida, las mujeres que sucumben a la general masculinización.

Insistir en la idea de una perfecta igualdad masculina y femenina con el argumento de que muchas mujeres pueden hacer las mismas cosas mejor hechas que muchos hombres nunca borrará la evidencia de lo que supone ser hombre o ser mujer; la realidad indiscutible de que ser madre es algo más que dar a luz un día o el pecho tres meses. Yo apelo a los biólogos, a los zoologos y a los antropólogos, para que nos expliquen qué es lo propio de nuestra especie humana, que es lo que suelen hacer los machos y las hembras "homo sapiens" cuando viven en libertad; qué cosas concretas diferencian en nuestra naturaleza lo masculino de lo femenino, la maternidad de la paternidad. Pido por favor que nos saquen de este atolladero en que nos ha metido la vieja doctrina machista.

El machismo viene de muy atrás. Supongo que siempre han existido injusticias y visionarios maniqueos que no han entendido la complementariedad entre hombres y mujeres. Pero el nacimiento del machismo como tal sucedió en aquellos tiempos en los que unos progres neopaganos reinventaron la palabra "ciudadano" olvidando que la base de una comunidad feliz no puede ser el individuo, sino la familia. Se levantó entonces -sin distinguir a los culpables de las víctimas- un monumento al ciudadano solitario, al gran hombre, al soltero, al pirata, al bandolero, al divorciado, a esa especie de vagabundo sin familia que vive en un mundo marcado por cosas tan poco femeninas como la ley y la política.

Se comenzó así por menospreciar y ridiculizar ese pequeño reino independiente que debiera ser cada familia. Y empezaron los hombres a salir de casa con otros aires, y a dedicarse a "sus asuntos" con la mentalidad moderna del "hombre ocupado" que no cuenta nada a su mujer. La familia se fue identificando exclusivamente con el tiempo libre; con el descanso del guerrero y punto. El padre de familia se convirtió en el típico dominguero. Y la mujer siguió haciendo con amor lo que sabía, pero ya había empezado a perder a su hombre y a transformarse en mujer florero. El machismo condenó a las mujeres a optar entre dos alternativas igualmente frustrantes: o vivir en la catacumba familiar con la etiqueta despectiva de "maruja", o vivir como hombres en un mundo de hombres. Es justo decir que fue esta vez Adán quien presentó a Eva la manzana maldita. Y Eva está mordiéndola. Y por eso un machismo cada vez más descarado descubre su intención hipócrita de aniquilar la idea de familia mientras alega la pretensión de liberar también a las mujeres. Para lograr su objetivo el progreso machista exige que donde había un matrimonio indisoluble no quede mas que una pareja divorciable.

El divorcio, esa ley machista que permite faltar a un juramento sagrado, se ha presentado como el instrumento imprescindible de la igualdad unisex, pero la realidad es que obliga a cada cónyuge que desea ser madre o padre de familia a procurarse una independencia económica "por si acaso..."; como si confiar para toda la vida en la ayuda y la compañía de una buena mujer, o de un hombre de bien, fuera un riesgo estúpido. Por eso el machismo nos está condenando a todos a la desconfianza y a la soledad. Eva ya no se ríe con los chistes que cuenta Adán. Y Adán está triste porque la mujer que se le dió por compañera ya no quiere ser carne de su carne.

Y así estamos como estamos: viviendo de rentas en el mejor de los casos; dilapidando la herencia de un sentido que fue común; abusando de las últimas abuelas para que hagan de niñeras; aplaudiendo al macho de mayor cornamenta cuando sale por la tele; envidiando en ciertas revistas casos patéticos de poligamia sucesiva; soñando secretamente -en fin- con un matrimonio para toda la vida que nos parece anticuado o que nos da vergüenza defender. Así estamos: machistas perdidos. Si seguimos viviendo será gracias a felices inconsecuencias. Porque por encima de ideólogos, leyes y políticos machistas, la vida, y la naturaleza, y el amor siempre encontrarán un camino para hacer las cosas como Dios manda.



PUBLICADO EN ARBIL NUMERO 58

Historia de la confesionalidad

por F. Javier Garisoain
El verdadero truco del liberalismo relativista actual es mucho más refinado. No niega que cada uno pueda confesar al Dios en quien crea. Lo que niega es la confesión colectiva


Es una historia bastante simple. Podría resumirse diciendo que en todas partes, en cualquier época, todas las comunidades humanas han preferido someterse a una divinidad trascendente antes que al matón de turno.

Entre otras cosas porque la divinidad trascendente es a menudo lo único que puede controlar, limitar y someter al chulo del barrio. Pero incluso cuando no hay matones sino reyes benéficos y buenos como los de los cuentos también entonces los hombres libres preferimos que el jefe esté lejos y muy ocupado. -Los inspectores y la grua, lejos, por favor-. Y nos gusta saber que el mandamás tendrá un día que comparecer ante un juicio supremo para recibir su premio o su castigo.

Todo esto tiene que ver con la idea de libertad; por eso los pueblos que mejor han mantenido el concepto de libertad son los que más han invocado la protección divina, y viceversa.

Son pueblos que han producido adagios como ese que dice: "Cada uno en su casa, y Dios en la de todos", y otros por el estilo. Por cierto, para que nos entendamos: a esa actitud de invocar colectivamente la protección divina es a lo que llamo confesionalidad.

¿Por qué tendrá tan mala prensa?

Pues bien, las cosas son así porque no podemos ser de otra forma. El hombre es un ser social, y la sociedad no funciona si no hay un "unum" que justifique el derecho a la rebelión contra el tirano. Los tiranos burros han dicho directamente que no existe "unum" y, naturalmente, han sido derribados de inmediato. Los tiranos listos en cambio se esfuerzan por convencer a todos de que ellos son el verdadero "unum" y por eso a veces consiguen grandes éxitos de ventas.

Los mártires que Nerón y compañía no podían soportar eran acusados de ateos porque discutían la confesionalidad imperial. Pero no es que negasen la confesionalidad, negaban la imperial.

Ellos sabían que un emperador loco y gordo que toca la lira no puede ser Dios y por eso iban cantando a los leones. Pero no negaban que la confesionalidad fuera un bien deseable. Fueron mártires, pero antes fueron confesores. Y gracias a su confesion y a su martirio consiguieron el milagro: que todo el imperio confesara públicamente, oficialmente, solemnemente que Dios es el señor y que todos, desde el emperador al mendigo, le deben obediencia.

El truco de los poderosos malvados era siempre el mismo: ponerse en lugar de Dios, hacer coincidir la divinidad con el poder político supremo. Un truco tan viejo y desgastado que parece mentira que nos sigan todavía engañando con él. Lo usaron los faraones egipcios y los emperadores romanos haciéndose pasar por divinos, y lo emplean ahora -en parte- las multinacionales inhumanas y los gobiernos cuando nos marcan el calendario, nos proponen mandamientos, envían sus misioneros, hacen colectas, imparten catequesis, (y hasta se rumorea que planean bautizar a nuestros hijos con preciosos nombres como: Pepsi García, Adidas González, Kodak Smith...). Pero el verdadero truco del liberalismo relativista actual es mucho más refinado. No niega que cada uno pueda confesar al Dios en quien crea. Lo que niega es la confesión colectiva.

Su religión pública consiste en no confesar ninguna religión pública. De esa manera es como se consigue un poder político y económico indiscutible, intocable, contra el que parece inmoral cualquier rebelión. Esta es la táctica del relativismo dominante; dicen que respetan la libertad religiosa, pero se olvidan que uno de los "derechos" fundamentales de los hombres religiosos es unirse a otros hombres religiosos para alabar públicamente a Dios. La aconfesionalidad es la más fanática de las confesionalidades porque hacen a todas las religiones el peor de los desprecios: no les hacen aprecio.

Una caracteristica de cualquier confesionalidad es que no admite mezclas. No es posible construir una comunidad humana sobre dos o más confesiones distintas. Logicamente, porque confesar al Dios verdadero es lo mismo que decir que los demás dioses son falsos. (Y no confesar a ninguno quiere decir que ninguno es digno de alabanza pública).

Eso no quiere decir que en determinadas situaciones la prudencia no pueda aconsejar la colaboración en pro del bien común de personas de confesiones distintas, por supuesto; todo sea con tal de no discutir.

Lo que pasa es que a una comunidad humana no le basta con no discutir.

Si esos hombres no son capaces de hacer cosas juntos vivirán en una comunidad estéril, decadente y acabarán disolviéndose como grupo.

Por eso opino que la multiconfesionalidad o pluriconfesionalidad entendida como el sistema que verdaderamente respeta la libertad religiosa, sólo puede surgir bajo la supremacía de una de ellas. Como cuando el rey del Toledo "de las tres religiones"era cristiano. O como cuando el Papa convoca a los pueblos del mundo a rezar juntos en Asis... bajo su presidencia y en su casa.

Así que puesto que es inevitable la supremacía de una confesión ¿por qué no hemos los católicos de proponer la nuestra?

En España todo o casi todo es confesionalmente católico, no es precisa ninguna revolución para conseguirlo, hay miles y miles de huellas frescas que atestiguan una confesionalidad de hecho: los nombres de la gente, el del político ateo que se llama Teófilo, o el de la abortista que se llama Concepción; los edificios y construcciones rematados con una cruz; los capellanes de las cárceles y los hospitales; los sagrados corazones de las fachadas; las ermitas de los montes; las capillas, iglesias y catedrales que atraen al turismo japonés; casi toda la toponimia pintoresca; los patronazgos en todas partes y para cualquier cosa, cada uno con su fiesta y su procesión correspondiente; el calendario entero con su santoral; los domingos del Señor; las canciones infantiles y el folklore en general; los archivos repletos de papeles cristianos, desde las glosas emilianenses hasta el último papelito; las hermandades profesionales; las cooperativas; las obras de caridad; las fundaciones educativas; los trajes regionales tan recatados; los museos, y un larguísimo etcétera.

Convenzámonos de una vez y convenzamos a los demás: la confesionalidad aconfesional actual es un mal que encubre una tiranía; la confesionalidad católica es un bien y además nos haría más libres.

No se puede imponer, ha de caer por su propio peso, de acuerdo, pero es un bien.

Si no recuperamos la confesionalidad católica seguiremos metidos de lleno en la trampa con la que los poderes multimedia harán lo que quieran con nosotros.

Si no volvemos a lo que nunca debimos olvidar seguiremos profesando esta especie de confesionalidad aconfesional que en nombre de su propio "unum" nos mandará a los leones el día menos pensado.

PUBLICADO EN ARBIL NUMERO 62

Por una estética católica

por F. Javier Garisoain Otero

¿Dónde está hoy la estética católica? ¿Por qué no hay actualmente artistas católicos en esa categoría misteriosa de los llamados "grandes artistas", los "genios", los "famosos"? ¿Dónde están los músicos, los cineastas, los literatos, los arquitectos, los escultores y los pintores católicos? No podemos negarlo: la estética católica existe de forma minoritaria, incluso en sociedades con amplia mayoría de bautizados. Incluso en nuestra vieja y católica España.

Un modelo cristiano de sociedad
¿Existe un modelo cristiano de sociedad? ¿un proyecto de evangelización orientado -más allá del individuo- a la sociedad?
No es ningún secreto que hay hermanos nuestros en la fe, creyentes en la misma fe católica, que no comparten el entusiasmo que nosotros sentimos al unir las palabras Cristo y Sociedad. Ellos quisieran, aunque cada vez con menos energía y en menor número, separar la fe individual de toda manifestación socio-cultural como si ya no fuera posible vivir "en católico", trabajar "en católico" o divertirse "en católico". Como si el campo inmenso de la sociedad, la cultura y la política hubiera quedado vetado, prohibido, manchado para los hijos de la Iglesia. Como si no hubiera otro lugar ya para nosotros sino los templos, algún que otro congreso, y las catacumbas de internet.
Sin embargo la Doctrina Social no ha sido abolida. Más aún, los pastores buenos que Dios manda a su pueblo no han dejado de repetir en los últimos tiempos ese mensaje de verdadero "cruzado" que lanzaba Juan Pablo II al inicio de su ponfiticado. Aquel "abrid las puertas a Cristo" que decía el papa joven de los años 80 ha resonado en miles de conciencias, cada vez más fuerte, rebotando en las paredes de los templos vacíos, ha removido esquemas paganos, ha zumbado en oídos aburguesados. Y ha salvado la vieja Doctrina Social de la Iglesia cuando los liberales relativistas disfrazados de místicos por un lado y los revolvedores católico-marxistas por otro amenazaban con declararla en ruina. La Doctrina Social de la Iglesia está más viva que nunca, como un todo coherente, y se sigue preocupando de la construcción temporal precisamente por no olvidar la dimensión eterna. Sigue afirmando la justicia humana, el orden social y el derecho natural no por puro activismo, sino porque concede un valor eterno de las obras que aquí hacemos, lo mismo sean obras cotidianas y efímeras que obras de arte. Y aquí es donde queríamos ir a parar: pues algunas de esas puertas que es preciso abrir, con urgencia, a Cristo que llama son las de la estética, de la literatura, de la música, y del arte.

Religión, cultura y estética
Lo único que pretendo ahora es aportar algunas ideas sobre estética, esa parte de la cultura que tiene que ver con el sentido de la belleza y de la armonía. Pero antes no estará de más definir cómo se relacionan la cultura y la estética con la religión. Pare empezar diremos que se trata de tres niveles distintos: la estética es parte de la cultura, y la cultura es inferior a la religión. Por tanto, cuando hablemos de estética católica en ningún caso se predende constreñir el catolicismo a una estética concreta.
Una cultura es, por definición, un conjunto de contornos indefinidos que todo lo impregna. Pero por mucho que abarque una cultura, por muy viva, muy extensa y muy potente que se muestre nunca será comparable a la cosmovisión que genera la religión. Lo religioso es más -más amplio, más profundo, más grande, más importante- que lo cultural. Una cultura necesita siempre que exista una religión común a sus miembros, necesita un "unum", una cosmovisión que sólo puede aportarla un sentido trascendente, una teología. En cambio una religión, -especialmente si se trata de la religión verdadera-, puede encarnarse en formas culturales muy variadas sin perder por ello lo que le es propio. Se me objetará que historicamente el cristianismo ha impregnado culturas concretas hasta llegar a compartir formas idénticas con otras religiones. Admito que en una primera fase de contacto las cosas han podido suceder así. Sin embargo lo que veo en la evolución artística de los pueblos cristianizados es que cualquier cultura pre-cristiana cuando ha sido fecundada por la fe ha cobrado una nueva vida y se ha separado cada vez más del tronco común. La evolución del arte experimentada por la América hispana, o por las culturas Filipinas, por ejemplo, así lo demuestra. Como es seguro que lo demostrarán los artistas que algún día nacerán en la Iglesia de China o de la India cuando aquellos cristianos tengan la suficiente libertad de expresión.
Consideramos el mundo estético, por consiguiente, subordinado a lo religioso. Porque si no fuera así estaríamos haciendo del arte una religión y entonces -otra vez- quedaría lo religioso por encima de todo. Es lo que les sucede a tantos artistas ateos de nuestro tiempo: a fuerza de negar lo religioso acaban atribuyéndose poderes mágicos a sí mismos y a sus creaciones. No es que dejen de creer en los milagros, lo que pasa es que son ellos quienes los hacen -o al menos eso piensan- en cada galería y cada exposición. Ya no construyen imaginería devota; su religión incluye entre sus ritos el modelado de pequeños becerros de oro para intercambiar por dinero en la feria "Arco".

Un modelo anti-cristiano de sociedad
Existe, pues, un modelo socio-cultural cristiano. Mejor dicho, modelos (en plural), socio-culturales cristianos. Por tanto, si aceptamos este principio, habremos de convenir que donde no hay cristianismo lo que crecen son modelos no-cristianos de sociedad. Y de entre aquellos modelos no-cristianos hay algunos modelos que son, por desgracia, anti-cristianos.
No es preciso extenderse demasiado en la crítica de la estética dominante. Baste decir que es, efectivamente, anti-cristiana. Seamos positivos. Miremos al futuro. El diagnóstico que se realiza desde el campo eclesial es cada vez más unánime. Cada vez estamos más de acuerdo todos los cristianos en la denuncia de un modelo de progreso que no quiere a Cristo como Señor. La sociedad occidental, locomotora cultural, ética y estética del mundo globalizado tiene un grave problema: que no es netamente cristiana ni quiere serlo. Conserva aquí y allá retazos, gestos, inercias que han impedido un derrumbe mayor, pero el hecho es indiscutible: el modelo relativista progresista que orienta las tareas legislativas, culturales, informativas, educaticas, etc. de las elites occidentales no es un modelo cristiano. Y tampoco lo es en sus principales manifestaciones estéticas o artísticas. Este arte contemporáneo "oficial" se aleja de la verdad y por eso no es capaz de reflejar la belleza. Por una parte produce músicas, edificios y objetos fríos y rectilíneos, ultrarracionalistas. Por otra se regodea en la deformidad y la destrucción explorando los límites del escándalo, de lo inaudito, lo sorprendentemente desagradable, lo estridente y absurdo como único medio de superar la saturación sensitiva que genera la publicidad omnipresente. No es capaz de crear escuelas nuevas. Sólo sabe o imitar o destruir. O trazar rectas o escandalizar. O imponer con una estética burocrática, o manipular con una estética subliminal.

Las estéticas católicas en la historia
Pero hablemos ya de estética católica. O de cómo el catolicismo al encarnarse en momentos históricos concretos lo hace empleando fórmulas estéticas concretas.
Quien busque la verdad trascendente sin creer en los dogmas, en los santos ni en los milagros, que abra los ojos y mire las cosas que han hecho los cristianos. Si de las apariencias estéticas no se deduce directamente la supremacía de la fe católica, sí al menos se puede concluir una verdad un tanto paradójica: que el arte católico es el menos católico; es decir, el menos universal y el más particular. El más extendido, pero el más variado y multiforme.
He procurado contemplar el conjunto de la historia del arte desde lejos, desde el principio. Como si fuera un marciano que hojea el Summa Artis. Y me ha parecido ver que en los dos últimos milenios han sido los latidos de una cristiandad floreciente lo único que de verdad ha regenerado el mundo estético. Hagamos en voz alta algunas reflexiones atrevidas. Todos los movimientos artísticos podrían agruparse en dos grandes tendencias: la que copia, la de los estilos llamados clásicos; y la que crece, la de los estilos que yo llamaría libres. Los estilos netamente católicos como el románico, el gótico y el barroco son estilos libres: estilos realmente originales en el sentido de que son fieles al origen y que son a su vez origen de otros estilos. Nacieron como las ramas del tronco, por puro crecimiento. Por contra el renacimiento, el neoclasicismo, el racionalismo y la mayoría de las vanguardias contemporáneas no son más que reconstrucciones vergonzantes de un pasado petrificado, son copias, son injertos de cosas antiguas, son ramas muertas que nacieron en momentos de crisis de la Cristiandad. Las aportaciones artísticas de los nacionalismos y otras ideologías han generado igualmente estéticas nostálgicas: como en el gótico eterno de los anglicanos, el clasicismo perpetuado de la Francia revolucionaria, el paganismo neo-romano monumental e inhumano de los totalitarismos fascista, nazi o comunista...
¿Y qué podríamos decir de la estética de otras religiones? ¿qué novedades se han observado en el arte egipcio, en el chino, en el indio, en el islámico? Hace muchos siglos que todos estos estilos alcanzaron su perfección clásica. Hace mucho tiempo que murieron.
Sólo las culturas católicas ha sido capaces de generar nuevas estéticas. Sólo ellas ha sido capaces de superarse, de mejorarse, de cambiar, de vivir, de crear. Sólo ellas han integrado en su seno diferentes estéticas. Creaciones solemnes como un órgano barroco o una procesión de Semana Santa en el antiplano andino; reuniones alegres como una romería irlandesa o unos auroros españoles... Todas estas manifestaciones tienen en común su profunda catolicidad, aunque por lo demás no se parezcan en nada.

La crisis de la estética católica
En la sucesión histórica de las estéticas creativas no encuentro objeción posible a la superioridad cultural católica. Pero la batalla de la evangelización en la estética no está en la historia pasada sino en el momento presente. La estética contemporánea dominante es esa ya descrita que combina el hiperracionalismo y el utilitarismo de los edificios oficiales con el absurdo y la náusea de los bultos subvencionados que se exponen en sus fríos pasillos. ¿Dónde está hoy la estética católica? ¿Por qué no hay actualmente artistas católicos en esa categoría misteriosa de los llamados "grandes artistas", los "genios", los "famosos"? ¿Dónde están los músicos, los cineastas, los literatos, los arquitectos, los escultores y los pintores católicos? No podemos negarlo: la estética católica existe de forma minoritaria, incluso en sociedades con amplia mayoría de bautizados. Incluso en nuestra vieja y católica España.
Las razones de esta pérdida de peso específico, de vigor, de presencia son muy complejas y profundas. Hay razones externas e internas. Los hijos de las tinieblas han trabajado con una constancia digna de mejor causa. Los hijos de la luz han trabajado con cobardía, con complejos, con timidez. Los católicos hemos perdido en gran medida la idea de misión, en parte la misma idea de evangelización. Todavía nos queda la pesca artesana hombre a hombre, pero nos falta ese afán por conquistar pueblos y culturas enteras para Cristo que movió a los apóstoles, a los españoles y portugueses del XVI, a los santos Cirilo y Metodio entre los eslavos, a los primeros jesuítas de Asia. Por eso se ven tan poco las formas católicas, por eso se oyen tan pocas canciones católicamente correctas. Hay una presión enorme por parte de los medios anti-católicos. Una presión que se ve facilitada en su avance por la nula resistencia de una masa católica que parece haber perdido su identidad.
Son algunas ideas bastante simples. Quizás un tanto superficiales, escritas a vuelapluma y sin notas a pie de página. Si no está Vd. de acuerdo en las razones expuestas piense entonces en otras: alguna razón habrá que explique tanto vacío.

Por una estetica católica hoy. Conclusiones
Apuntemos finalmente algunas propuestas para la reflexión de los artistas cristianos hoy y de todos los llamados a ser luz entre las gentes, cada uno según sus habilidades y talentos: con las artes plásticas, la música, la imagen o las letras.

1º. Educación
Se impone una reflexión en las personas e instituciones católicas que debieran promover, educar y formar una estética católica. ¿Cuántas personas consagradas, hombres y mujeres de fe están dedicando su vida a enseñar a leer, a dibujar a pensar a los niños que serán los artistas del futuro? ¿Están haciendo lo correcto para promover esa estética católica?


2º. Arte Sacro.
Seguramente es en el campo del arte sacro, de la riqueza litúrgica, de la literatura espiritual, de la arquitectura religiosa donde no han faltado nunca creadores verdaderos, espíritus libres capaces de evangelizar con la forma. ¿Es casualidad que Kiko Argüello sea pintor? A veces da la sensación de que los artistas cristianos sólo pueden ser cristianos produciendo objetos u obras estrictamente religiosas o litúrgicas ¿No serían posibles encuentros como el multifestival David para músicos cristianos pero con canciones no sólo "de Misa"? En gran medida estamos viviendo de rentas. ¿Cuánta fe se mantiene a nuestro alrededor gracias al espíritu del Concilio de Trento que se plasmó en su día en pasos, retablos, imágenes, lienzos multiplicados millones de veces en grabados y estampas? Las rentas hay que mantenerlas y cuidarlas. Un aplauso a la promoción del arte sacro antiguo, a los museos, las exposiciones como Las edades del hombre, etc. siempre que se empleen como instrumento de testimonio cristiano.


3º. Literatura.
Hubo un tiempo en el que la literatura era toda ella católica en Occidente. No está en nuestras manos una vuelta a aquella situación pero si los católicos que leen leyesen a los que escriben en católico... Y si los católicos que producen libros o los venden procuraran mirar lo que difunden... entonces no nos lamentaríamos tanto de que el escritor de moda sea cuando menos, agnóstico.


4º. Folklore
La artesanía, el arte popular, el folklore... ¡cuántas de estas manifestaciones serían ininteligibles sin su fondo cristiano más o menos explicito! Pero si la tradición no continúa con la misma coherencia acabaremos todos relacionando lo cristiano con "lo antiguo", "lo rural", "lo de-pueblo". Todo lo que se haga por dar continuidad y sentido cristiano de fondo servirá para mantener vivo el folklore. Si sólo se pretende una pura conservación muchas viejas formas se perderán.


5º. Música.
La música, la banda sonora de nuestra vida es parte fundamental de la estética que necesitamos renovar ¿No seríamos más felices si hubiera tiempos de silencio respetados por el omnipresente hilo musical? ¿Y si se pudieran oir en los bares y las emisoras juveniles letras más positivas y católicamente correctas? ¿Y si la llamada música culta volviera a ser bella? Hay trabajo más que suficiente para los católicos con buen oido.


6º. Internet
Así como la conquista espiritual del imperio romano surgió de las catacumbas, también de las catacumbas de internet puede salir una gran fuerza evangelizadora. En internet nos unimos cada vez más cristianos para hablar, para orar, para darnos fuerza. En internet, como en las catacumbas, compartimos espacio con lo peor de la sociedad: hay suciedad, hay ratas. Pero también estamos nosotros, los cristianos perseguidos. Y allí está progresando con la fe una estética propia de tal forma que no son las peores las páginas católicas. Así, cuando nos toque salir del subsuelo, ya sea como mártires, o como misioneros, lo haremos según el estilo que hayamos aprendido en internet.


7º. Periodismo y medios audiovisuales
Los llamados medios de comunicación-imposición social tienen una fuerza que nos aturde y nos vuelve muchas veces pesimistas y retraidos. A veces pensamos que esto es peor que predicar en el desierto, donde nadie te oye, porque es como predicar en un manicomio, en el que nadie te escucha. Sin embargo todo este enorme monstruo de los "mass media" con su publicidad, su cine, su televisión, su radio y su prensa... es un gigante con los pies de barro. Es una montaña virtual. Funciona sólo por dinero, luego es vulnerable. Los periodistas católicos, (los cineastas si los hay) pueden y deben "contraatacar". Y por encima de todo no perdamos nunca la fe en la realidad de las personas, de las familias, de la gente "normal", que está donde siempre estuvo aunque no salga en la televisión.


8º. Arquitectura
También la arquitectura y el urbanismo claman a gritos por una estética cristiana que en este ámbito será, tal vez más que en otros, una estética esencialmente humana. El urbanismo moderno ha sustituido la parroquia por el rascacielos bancario, las calles como lugar de encuentro por las calles como lugar de huída. ¿No se notaría "un algo" nuevo allí donde trabajaran mano a mano un arquitecto verdaderamente cristiano con un concejal de urbanismo creyente y practicante a tiempo completo?. Altamente recomendable: el estudio del testimonio de ese gran arquitecto católico que brilla con luz propia precisamente porque entendió lo que era una estética católica: Antonio Gaudí.


9º. Diseño Industrial.
"También entre pucheros anda el Señor", decía Santa Teresa de Jesús. El diseño industrial, cada uno de los mil objetos de uso cotidiano tiene una forma "como Dios manda" de hacerse. Objetos útiles y prácticos que pueden ser bellos. Sólidos y duraderos para aliviar el consumismo y el derroche de los recursos, para evitar la explotación laboral de los productos "todo a cien", para fomentar el ahorro y el sano espíritu de propiedad... pero además cristianos en su estética. ¿Por qué no habría de llevar una cruz en la carcasa del móvil? ¿Qué habría de malo en que los relojes anunciaran la hora del ángelus con una suave "Ave María"?


10º. Conclusión final.
No hemos pretendido agotar todos los aspectos posibles de una estética católica. Aprovechemos la décima conclusión para recordar el tan manido aforismo: "La unión hace la fuerza". Hemos dicho más arriba que los artistas cristianos existen, pero que no se les oye, que no son famosos. Tal vez sea, entre otras cosas, porque no se conocen y por tanto no se animan unos a otros ¿Por qué no promover encuentros, exposiciones, galerías de arte, conciertos, editoriales, grupos literarios, premios y concursos, medios de comunicación, que promuevan una estética católica? Las puertas de la estética también han de abrirse a Cristo. ¿Trabajamos hacia un modelo cristiano de sociedad? Estaría muy bien que, además de ser un modelo cristiano, lo pareciera.



PUBLICADO EN ARBIL NUMERO 64

Historia del fin de semana

por Javier Garisoain
¿Qué es en realidad el fin de semana? A juzgar por los comentarios que intercalan en los momentos más crudos de la mañana los robotizados locutores de radio el fin de semana es la liberación. El "week end", el "finde" parece ser en la cultura superficial dominante el momento de olvidarse de todo, de liberarse del trabajo rutinario. El fin de semana ya no es el día del Señor. Ni es un día ni es del Señor

La semana es un invento bastante antiguo al que es preciso atribuirle un gran mérito en el progreso de nuestra civilización. Gracias a la semana -ya fuese de cinco o de siete jornadas- el ritmo exasperante de las estaciones, los solsticios y las fases lunares se vió complementado por la regularidad más humana de un puñado de días que permitía distribuir los ocios y los negocios de los hombres de manera más cómoda y eficaz. Las semanas domesticaron el tiempo de los hijos de Adán. Cada semana llegó a ser como una pequeña creación para cada uno de ellos. Y cuando leían en la Biblia los trabajos de Yahvé en la invención del cosmos tenían inspiración sobrada para sus propios pequeños trabajos cotidianos, así como para el descanso del día séptimo. Así pasó la humanidad varios millares de años. Agobiada e industriosa con sus labores y sus guerras y su inocencia y sus pecados.

Pero de pronto, -hace cuatro días- apareció el fin de semana. Un concepto revolucionario que responde a causas complejas que no son ni astronómicas, ni naturales, ni siquiera económicas. Hasta ese momento las semanas no tenían ni principio ni fin. Nunca fue necesario establecer de forma taxativa un día de comienzo de entre los siete. Para unos cristianos el domingo era el día primero por ser el día dedicado expresamente a lo más importante. Para otros cristianos el domingo era el último día por idéntico motivo. Los musulmanes distinguieron el viernes para celebrar no la fiesta, ni el principio, ni el fin de la semana, sino la jornada de oración más intensa. Los judíos mantuvieron el sábado pero nunca explicaron al mundo si comenzaban o terminaban la semana con su sabbat. La irrupción pues del fin de semana en Occidente chirría como unos zapatos nuevos. Ahora casi todos estamos ya incluidos en este sistema mental que presupone que el momento destinado a ser feliz es el fin de semana. El cambio se ha producido por sorpresa y con alevosía.

¿Qué es en realidad el fin de semana? A juzgar por los comentarios que intercalan en los momentos más crudos de la mañana los robotizados locutores de radio el fin de semana es la liberación. El "week end", el "finde" parece ser en la cultura superficial dominante el momento de olvidarse de todo, de liberarse del trabajo rutinario. El fin de semana ya no es el día del Señor. Ni es un día ni es del Señor. Aunque sea el tiempo en el que no se realicen trabajos remunerados no se parece en nada al antiguo día de fiesta. Aquellas fiestas primitivas (aquellas que todavía hemos conocido muchos de nosotros) solían durar un día, cosa que tiene varias ventajas. Para empezar la gente no se iba fuera de su pueblo porque un solo día no da para mucho. Además tampoco los medios de transporte permitían demasiadas velocidades. Viajar era una aventura en la que se hacían amigos y se escribían memorias, no un mero trámite registrado en el peaje de la autopista. En cambio ahora, del viernes al domingo tenemos tiempo más que de sobra para dar la vuelta al mundo. Cuando la gente no se iba fuera no era preciso recurrir al truco absurdo de trasladar las fiestas que caen en domingo al lunes. La fiesta se celebraba cuando tocaba y "sanseacabó". Si uno cumplía años el jueves los celebraba el jueves. Si San José caía en miércoles ese día se felicitaba a los Pepes. Ahora resulta que la gente no está cuando se la necesita porque se va a pasar fuera el fin de semana. ¿Por qué? No es fácil de explicar. Pero se va. Todo se confabula para hacer del fin de semana el fin último de nuestra existencia como si no pudiera uno sentirse feliz el miércoles. ¡Menudo tema de conversación es el fin de semana! A la pregunta esclerotizada de "¿qué plan tienes para el fin de semana?" se responde con el no menos automático "A ver si nos hace buen tiempo". Como si fuera cosa del demonio ponerse a llover en sábado.

La euforia con que es invocado el fin de semana por los profesionales del hablar sin decir nada parece indicar alguna incoherencia vergonzosa en el sistema. ¿Por qué hemos de vivir sólo esperando el fin de semana? ¿Por qué ha de ser la próximidad del "finde" nuestra única alegría de vivir? ¿Por qué ha de ser cada lunes una cuesta? ¿Por qué ya no nos vestimos con más elegancia los días feriados que los laborables? ¿Para qué se inventó el chandal? ¿Qué sentido tiene pasarse treinta años pagando una vivienda en la ciudad que no se usa y disfruta mas que para dormir y ver la tele? ¿No es absurdo deslomarse para tener una segunda vivienda y acudir a ella sólo de visita mientras dejamos abandonada y sin vida la mayor parte del tiempo la otra vivienda a causa del exceso de trabajo?

Pero lo peor de todo es que esta celebración sistemática de cada fin de semana con sus ritos quasi festivos es la institucionalización de la alegría sin motivo. Las viejas fiestas del calendario destinaban un día para cada cosa y todo con el objetivo de proporcionar a los parroquianos motivos para alegrarse, para celebrar, para beber y para comer y para cantar. El moderno fin de semana carece de santoral; es la fiesta sin motivo. Si hay que salir se sale sólo porque toca salir, y si hay que beber se bebe. Asi, cuando no se conoce el motivo para beber, uno anda desmotivado y descontrolado en las cantidades que ingiere porque no tiene ni idea de hasta qué punto hay o no algo que celebrar.

El invento del fin de semana es estresante y antiecológico. Es un subproducto de la ciudad moderna que demuestra el fracaso de la ciudad moderna. Los amigos de la sensatez debieran empeñarse en la utópica tarea de enderezar -o incluso de eliminar- el fin de semana. Es preciso replantearse mirando el calendario semanal las grandes preguntas de la vida. No está bien poner en la evasión permanente el ritmo de la existencia. Es insana esta incoherencia que tenemos la gente moderna: nadie quiere morir, ni envejecer, ni que se acabe el mundo... pero todos queremos que llegue el fin de semana. Pues el fin de semana llega, y pasa, y no pasa nada por mucho que adornemos el relato de nuestras aventuras al contarlo el lunes. No sabemos ni el día ni la hora, pero el principio del fin del mundo ya está aquí, por nuestra culpa: es el fin de semana.

PUBLICADO EN ARBIL NUMERO 65

Historia del ama de casa

por Javier Garisoain
La profesión de ama de casa se enfrenta desde hace algún tiempo a un problema de desprestigio cultural y social. Ser ama de casa ha llegado a ser entre las clases cultivadas del Occidente postcristiano sinónimo de incultura, rutina e insignificancia laboral
Desde que la humanidad inventó el concepto de "casa" hubo un trabajo que hacer en ella y por ella. Desde entonces existe una profesión que llamamos "ama de casa". Es una profesión femenina. No quiero decir que "en mi opinión deba de ser una profesión femenina". Lo que digo es que la profesión de ama de casa ha sido, es y será, generalmente, una profesión femenina.

Lo más característico de la profesión de ama de casa es que no requiere ninguna especialización. O para decirlo mejor, las requiere todas. El trabajo femenino de ama de casa es susceptible de dividirse en multitud de trabajos masculinos especializados para los cuales solemos reservar la etiqueta de "profesionalidad". Como si ser "generalista" no fuera otra forma de ser "profesional". Un cocinero, un pedagogo, un pediatra, un mayordomo, un sastre, un contable, un decorador, un psicólogo, etc. concentran todos sus esfuerzos laborales en una sola faceta llegando en ocasiones a alcanzar un virtuosismo admirable. Esa admiración que despiertan en nuestro ánimo es similar a la que sentimos por los equilibristas del circo. Es la admiración que proporciona el espectáculo de las pequeñas habilidades que sólo es posible alcanzar mediante el entrenamiento. La profesión de ama de casa en cambio prescinde de esa perfección espectacular que tienen los trabajos limitados y se especializa en ordenar no una, sino todas las cosas que se mueven en ese mundo infralegal -o supralegal- que es el hogar. Es un trabajo variado, plural, duro y absorvente como ningún otro. Es un trabajo que precisa de la ayuda de todos los miembros de la familia, no cabe duda, pero que no puede ser sustituido por una mera yuxtaposición de ayudas. El trabajo en equipo está muy bien siempre que haya una cabeza, una dirección, un jefe, un amo... o un ama. De todas formas la casa sin ama de casa ya está inventada: se llama "piso de estudiantes".

La profesión de ama de casa se enfrenta desde hace algún tiempo a un problema de desprestigio cultural y social. Ser ama de casa ha llegado a ser entre las clases cultivadas del Occidente postcristiano sinónimo de incultura, rutina e insignificancia laboral. El término despectivo "maruja", aunque pueda tener una base real en cierto modelo decadente de "ama de casa", es un insulto que empobrece a la sociedad. Yo no creo que un telescopio sea más importante que un microscopio. Ni que la microeconomía sea menos relevante que la macroeconomía. El éxito de cualquier empresa es tanto de la logística como de la dirección. Un triunfo futbolístico, cuando llega, es de los delanteros como de los defensas. En la táctica militar de nada vale la mejor vanguardia sin una buena intendencia. De la misma forma cualquier familia tiene un trabajo interior y otro exterior, ambos igualmente dignos. Así es la vida: lo oculto y lo visible, la raíz y la flor, complementándose para lograr la belleza estable de todas las cosas. La naturaleza y la vida humana están llenas de ejemplos similares a ese milagro de la biología y la psicología humanas que llamamos matrimonio. El equilibrio entre los sexos es tan necesario como el día y la noche. Y ese equilibrio que nos enseñan la biología y la psicología tiene una formulación concreta que no está de moda: lo propio del hombre es lo público; lo genuinamente femenino es lo privado. La ley y la política, la empresa y la profesión especialista han sido y son generalmente cosas de hombres. Pero no porque las mujeres no puedan, o no sean capaces, o no tengan facultades para cumplir en todas ellas perfectamente. Ellas saben, y pueden hacerlo; lo que sucede es que generalmente ni quieren ni hace falta que lo hagan. Creo que cuando se demuestra que de verdad hace falta es señal de que llegan los tiempos duros. Como los que llevaron a Juana de Arco a liderar un ejército.

Yo no se hasta qué punto es necesario que las mujeres se ocupen hoy de la política o los trabajos extradomésticos para mejorar las cosas. Lo que si sé es que las cosas seguirán empeorando si cada año continúan desapareciendo en Occidente cientos de miles de amas de casa. Este fenómeno demoledor deja cada año literalmente vacíos y desatendidos a cientos de miles de hogares. En vano tratará la burocracia estatal de cubrir este terrible desierto. Podrán multiplicarse las subvenciones, las guarderías, los comedores (¿o comederos?) públicos... podrán incluso tratar de encuadrar a las amas de casa restantes en esquemas semi-funcionariales. Todo será inútil. Lo propio de la profesión de ama de casa es su alegalidad, su insumisión a normas escritas y su entrega gratuita. Lo propio del ama de casa es hacer el trabajo que hay que hacer, aunque no sea perfecto, por amor y por pura responsabilidad; y no porque lo exija un ministro del Gobierno o un reglamento.

Hay quien piensa que una forma de dignificar el trabajo del ama de casa sería asignándole un sueldo. Esta solución es realmente lógica si se parte de una concepción individualista y burocrática de las cosas. Pero habrá que tener en cuenta que si asignamos por decreto un sueldo al ama de casa tendremos que legislar entonces sobre toda la cuestión. Para ser completamente "justos" se hará preciso regular los estudios y las prácticas previas al ejercicio de la profesión; también los procesos de selección del personal, y los sindicatos correspondientes; y no bastará con fijar un sueldo único porque cada familia y cada casa exigirán un nivel diferente de preparación, de dedicación y de remuneración del ama de casa... No hay nada más ilógico que reflexionar con lógica sobre una primera idea absurda. La idea sagrada que nunca hemos debido romper es la de matrimonio. Porque si resulta que el matrimonio no es mas que una unión circunstancial, (de hecho), de dos ciudadanos, entonces el Estado tendrá todo el derecho del mundo a inmiscuirse y a fijar incluso sueldos y derechos laborales de sus súbditos. Pero si el matrimonio y la familia son, como afirma la tradición cristiana, ese reino independiente, esa auténtica ONG, en cuyo interior no existen ni lo político ni lo legal, entonces resulta que el Estado y sus políticos no son nadie para meter sus narices donde no les llaman. Por otra parte la idea de un sueldo para el ama de casa no es en sí misma descabellada. Lo que es absurdo es su determinación por ley o su prestación por parte del Estado, no lo es el hecho de que el ama de casa pueda disponer de medios económicos. Pero esto ya está inventado: en toda familia decente el marido -que trabaja fuera de casa no sólo por su interés sino por el de toda su familia- entrega dinero, a veces todo el dinero, a su mujer. ¿No es eso tener un sueldo? Fijar un sueldo oficial para el ama de casa no sería hacerle ningún favor. Al revés: sería lo mismo que negarle la parte que justamente le corresponde del sueldo del marido. Sería como decir al marido que ese dinero que él gana fuera de casa es solamente suyo.

La profesión de ama de casa, lo mismo que la institución natural de la familia, han sufrido muchos ataques e incomprensiones a lo largo de la historia. Fueron ataques la tiranía insoportable del paterfamilias romano, o el machismo indecente de los ilustrados, o la subordinación de la mujer que definía el esquema puritano, o la poligamia de los musulmanes, o la "florerización" y "marujización" de la cultura burguesa contemporánea. No seré yo quien propugne una vuelta atrás. Sólo deseo avanzar hacia el sentido común, esté donde esté.

Hoy, la ideología que pretende liberar a la mujer a base de igualitarismo le obliga a someterse a un patrón masculino que no le hace feliz. La mujer debe recuperar en la teoría y en la práctica su sitio en la sociedad. Ser ama de casa y madre de familia ha de seguir siendo la profesión más digna y más frecuente de las mujeres por más que digan los burócratas de Bruselas. Para ello las amas de casa únicamente están pidiendo respeto y reconocimiento a su labor. No piden nada del otro mundo: un matrimonio estable; un verdadero hogar; tiempo para tener, cuidar y educar a sus propios hijos. No creo que sea cuestión ni de ayudas, ni de subvenciones, ni de guarderías, ni de inspectores, ni de trabajos masculinizantes. Lo que especialmente le falta hoy en día al ama de casa es buena prensa. El individualismo liberal y la homosexualidad machista que impregnan los grandes medios de comunicación nos están acomplejando a todos de tal forma que ya no nos atrevemos a decir lo que pensamos. Y lo que pensamos de nuestra infancia, por ejemplo, es que fue una suerte tener siempre en casa a Mamá.

PUBLICADO EN ARBIL NUMERO 66.

Historia de la guerra


por Javier Garisoain
No es cuestión de resignarse a la fatalidad de una violencia inevitable. Tampoco es cuestión de empeñarse en un ingenuo o demagógico grito de “no a la guerra”. Lo inteligente es preguntarse: ¿qué clase de guerra?

Nunca la medicina o la guerra habían sido tan inhumanas como en estos tiempos de presunto humanitarismo. El reverso de los soldados que viajan a países lejanos como “ayuda humanitaria” para dar vida, son los médicos que traicionan su honorable profesión para dar la muerte interrumpiendo embarazos y vidas embarazosas. ¿Tanto progreso para esto?

Ojalá fuera mentira la corrupción de algunos médicos. Y ojalá fuera verdad la conversión de las lanzas en arados y de los militares en enfermeros. Pero no es verdad: las guerras llegan y seguirán llegando mientras haya en la Tierra hombres pecadores. Por eso vemos y veremos que los “ministerios de defensa” vuelven a ser “ministerios de la guerra” como antaño. Y vemos y veremos que los soldados son guerreros entrenados para matar a los enemigos. Los contemplamos en la televisión vestidos con ese pijama manchado; camuflados entre montones de eufemismos; y no nos damos cuenta que son los militares de toda la vida, los guerreros, los señores de la guerra.

Las guerras llegan de pronto y se encuentran con todo lo que hemos progresado. Con un progreso técnico que ha perfeccionado el homicicio casi tanto como la medicina. Nunca fue tan fácil matar o curar a tanta gente. La guerra siempre ha sido un mal terrible, uno de los jinetes del Apocalipsis... pero no todas las guerras son iguales.

Las guerras primitivas eran más salvajes, pero también más humanas. Nadie podía hacer una guerra sin estar enfadado. Hace falta estarlo mucho para echarse al monte con un cuchillo largo. Lo malo es que ahora, para soltar una bomba capaz de arrasar un barrio entero no sólo no hace falta una dosis de indignación más o menos justa sino que basta con tener una plaza de funcionario y un botón a miles de kilómetros de los cuerpos que van a morir.

“En la medida en que los hombres son pecadores, les amenaza y les amenazará hasta la venida de Cristo el peligro de guerra...” afirmaron los padres conciliares en el Vaticano II. Las desigualdades excesivas, las injusticias, la desconfianza, la envidia y el orgullo, por este orden, han sido , son y serán causas de la guerra.

No es cuestión de resignarse a la fatalidad de una violencia inevitable. Tampoco es cuestión de empeñarse en un ingenuo o demagógico grito de “no a la guerra”. Lo inteligente es preguntarse: ¿qué clase de guerra?

En la antigüedad pagana la guerra ya se nos había ido de las manos. Miles de seres humanos eran esclavizados y deportados. Las galeras se movían con brazos esclavos. Los ejércitos eran pueblos enteros. Los desastres de la guerra crecían según el poder de los políticos. Por mucho que se diga sobre la presunta brutalidad de la Edad Media lo cierto es que la llegada del cristianismo supuso el avance progresivo de un nuevo ideal militar que redujo significativamente el número de los combatientes y las víctimas de la guerra. No quiero dibujar una Edad Media inmaculada. Sé perfectamente que hubo guerras, violencia y sufrimientos en aquellos mil años de Cristiandad. Lo que quiero señalar es que la Iglesia (como también hizo en ciertos períodos históricos la civilización del Japón antiguo) se esforzó en reducir el número de los combatientes y trabajó sin descanso para encauzar la guerra en los límites del derecho. La idea de hacer de la guerra una institución jurídica, el último recurso de la política; la idea de que la ley moral rige incluso en tiempo de guerra; la idea de que deben evitarse los medios de destrucción masiva e indiscriminada; la idea, en fin, de constituir un Orden sagrado para los guerreros, la caballería; son todas ellas ideas netamente cristianas que se asentaron en torno a los monasterios y murieron con los mártires allí donde triunfó la herejía.

Los defensores de la guerra moderna dicen que los grandes inventos científicos no hubieran sido posibles sin la investigación militar. Puestos a sacar de quicio las cosas es fácil darles la razón. Seguramente el descubrimiento del fuego, o mejor dicho, el invento de un sistema rápido para producir fuego tuvo mucho que ver con el desarrollo de ciertas tácticas defensivas de los cavernícolas. Del mismo modo la rueda tuvo que ser ideada para favorecer el desplazamiento de las tropas. Y la cerámica para el abastecimiento de los guerreros. Y los cuchillos y las inocentes cucharas antes fueron armas homicidas que cubiertos de mesa. Yo no estoy de acuerdo con esta teoría. Un hombre disgustado con otro puede hacer hasta de un ramo de flores un instrumento de muerte (sobretodo si se trata de flores venenosas) pero de ahí a suponer que fuera del ámbito militar no se puede inventar nada hay una pequeña o gran mentira.

Sea como sea hoy en día el planeta se ha quedado pequeño en relación con el poder destructivo que tienen las bombas atómicas y las llamadas armas de destrucción masiva. La extensión del sistema de la democracia de masas exige paralelamente un armamento de destrucción democrática masiva. Desde los tiempos de la Revolución Francesa los políticos apelan al “pueblo” para bien y para mal. Para luchar y para morir. En las guerras mundiales del siglo XX perdieron la vida millones de personas no combatientes. Nunca se había conocido tanto horror y tanta destrucción. Nunca, hasta Hiroshima, se había visto desaparecer sin dejar rastro una escuela con un millar de niños dentro.

Los hombres del siglo XXI tenemos miedo con razón. Un paso adelante en este “progreso” militar podría significar caer en un precipicio sin salida. ¿No habrá llegado el momento de plantearse de qué clase de guerra estamos hablando? Es el momento de acabar con una carrera de armamentos que hunde en la miseria a los países pobres. Es el momento de los acuerdos de desarme. Es el momento de quitar hierro. Es el momento de hacer que la venta de armas ya no sea motivo de lucro. Más aún: es el momento de volver al ideal monárquico y aristocrático de la guerra. Ojalá volvieran a ser las guerras responsabilidad exclusiva del rey y sus caballeros. Del emperador y sus samurais. Ojalá que al menos el miedo a la destrucción nos haga redescubrir la sabiduría prudente de la caballería. Ojalá -soñar es gratis- que avanzásemos tanto en la reducción de las guerras que pudiésemos sustituirlas por aquel primitivo combate singular, hombre a hombre, cara a cara, cuerpo a cuerpo, David contra Goliat.

La vida es un tiempo que Dios nos concede para decir sí libremente. Y mientras se desarrolla en paz conserva la inocencia. La vida humana inocente es sagrada. Son los pecados de los hombres los que destruyen la paz y la inocencia, primero las del corazón, después las de toda la sociedad. Por eso la guerra, como la pena de muerte, puede ser lícita en casos extremos -nos recuerda el Catecismo- porque para hacer progresar la paz es preciso que alguien la defienda. En cualquier caso una guerra para ser moralmente lícita siempre ha de responder a una causa justa y mantener una proporcionalidad en los medios. Finalmente, si después de todos los empeños y trabajos no ha sido posible evitar una guerra, si se han agotado todos los cauces de la política ordinaria, entonces y sólo entonces habrá que recurrir a la fuerza para defender la paz y el orden. Entonces será la guerra, pero ¿qué clase de guerra?

PUBLICADO EN ARBIL NUMERO 67