miércoles, 13 de julio de 2011

¡Viva el Papa!


por F. Javier Garisoain
Tenemos la convicción de que ha sido precisamente este amor al Santo Padre lo que ha hecho fructificar a la Iglesia en España. Los sarmientos dan fruto mientras permanecen unidos a la Vid
Cuando los católicos gritamos "Viva el Papa" estamos lanzando al aire una jaculatoria que condensa cien súplicas en tres palabras. Decir "Viva el Papa" es dar gracias por la institución monárquica del papado. Es pedir a Dios que nos la conserve fuerte y vigorosa, en el timón de la barca de Pedro, hasta el final de los tiempos. Es gritar con la alegría de quien sabe que no se va a perder porque siempre va a tener un guía. Pero principalmente, cuando gritamos "Viva el Papa" nos viene a la cabeza la imagen del Sumo Pontífice felizmente reinante. No podemos gritar "Viva el Papa" sin pensar en la persona de Juan Pablo II, antes Karol Wojtila. A los Católicos nos importan más las personas que las instituciones. Juan Pablo II es más importante hoy y ahora que la institución del papado. Por eso gritamos que viva el papa y no que viva el papado. Sabemos que cuando muera Juan Pablo II el Espíritu Santo y el colegio de cardenales elegirán otro papa. También él pasará. Pero nosotros ahora queremos pedir a gritos que siga viviendo éste vicario de Cristo. Ya no nos importan como papas los papas muertos. Nuestro papa es el Papa actual. Ni siquiera la canonización de un papa difunto nos puede hacer cambiar ese grito suplicante. Juan XXIII o Pío X, por ejemplo, merecen la veneración de los santos. Pero ni ellos ni los otros papas que pasaron son ya "el Papa". Sería un error hacer de cualquiera de ellos el centro de la Iglesia como no sea que queramos una Iglesia sin vida terrenal. El Papa es el Papa. No pensamos en otros papas cuando gritamos "Viva el Papa". El Papa es Juan Pablo II, un anciano sacerdote polaco que reina y gobierna, por encima de la burocracia vaticana, y porque Dios así lo quiere. Un hombre de carne y hueso como todos. Pero un hombre que es capaz de andar sobre las aguas porque cree en el Espíritu Santo. Tampoco nos importan los papas futuros. El papa es sólamente un vicario: antes y después del Papa sólo ha estado, está y estará Cristo mismo.

España ha sido y es una tierra privilegiada por haber entendido con sencillez estas verdades que algunos miembros del "club de los papas muertos" se atreven a llamar "papismo" o "papolatría". Nosotros por el contrario tenemos la convicción de que ha sido precisamente este amor al Santo Padre lo que ha hecho fructificar a la Iglesia en España. Los sarmientos dan fruto mientras permanecen unidos a la Vid. No sólamente por eso, pero sí en gran medida por haber tenido siempre entre sus ideales el amor al obispo de Roma, -incluso cuando no eran sino grandes pecadores-, se ha mantenido en las Españas la Fe.

Y de pronto me acuerdo de nuestros reyes clásicos. Porque muy poco hubieran podido hacer los papas en España sin nuestros reyes. Unidos al papado han sido los reyes de las Españas el eje de nuestra historia, el soporte de todos nuestros ideales comunitarios. Tras el fracaso del Imperio los papas fueron, para los españoles, lo más parecido a un verdadero emperador, rey de reyes, sancionador y legitimador lejano del poder real cercano. Y este mismo esquema es el que se trasladó durante trescientos años con unos frutos admirables a las Indias Occidentales. Por delegación expresa del papa los reyes de la Monarquía Católica tenían bajo su responsabilidad la misión del Nuevo Mundo. Los millones de católicos de América y de Filipinas son el mejor testimonio de cómo cumplieron con esa misión providencial los reyes de las Españas. El rey fue, de hecho, como un papa para los americanos, de la misma forma que el Papa fue, de hecho, como un rey justo y lejano de allende los mares para los pueblos de Iberia. En España hemos querido al papa lo mismo que en América han querido al rey de España.

Y de eso se trata. De querer, de respetar, de obedecer. Juan Pablo II viene a España. Y no quiere que vayamos a verle. Lo que quiere es vernos. Lo que necesita es oír cómo gritamos: ¡Viva el Papa!

PUBLICADO EN REVISTA ARBIL NUMERO 68