miércoles, 13 de julio de 2011

Historia del fin de semana

por Javier Garisoain
¿Qué es en realidad el fin de semana? A juzgar por los comentarios que intercalan en los momentos más crudos de la mañana los robotizados locutores de radio el fin de semana es la liberación. El "week end", el "finde" parece ser en la cultura superficial dominante el momento de olvidarse de todo, de liberarse del trabajo rutinario. El fin de semana ya no es el día del Señor. Ni es un día ni es del Señor

La semana es un invento bastante antiguo al que es preciso atribuirle un gran mérito en el progreso de nuestra civilización. Gracias a la semana -ya fuese de cinco o de siete jornadas- el ritmo exasperante de las estaciones, los solsticios y las fases lunares se vió complementado por la regularidad más humana de un puñado de días que permitía distribuir los ocios y los negocios de los hombres de manera más cómoda y eficaz. Las semanas domesticaron el tiempo de los hijos de Adán. Cada semana llegó a ser como una pequeña creación para cada uno de ellos. Y cuando leían en la Biblia los trabajos de Yahvé en la invención del cosmos tenían inspiración sobrada para sus propios pequeños trabajos cotidianos, así como para el descanso del día séptimo. Así pasó la humanidad varios millares de años. Agobiada e industriosa con sus labores y sus guerras y su inocencia y sus pecados.

Pero de pronto, -hace cuatro días- apareció el fin de semana. Un concepto revolucionario que responde a causas complejas que no son ni astronómicas, ni naturales, ni siquiera económicas. Hasta ese momento las semanas no tenían ni principio ni fin. Nunca fue necesario establecer de forma taxativa un día de comienzo de entre los siete. Para unos cristianos el domingo era el día primero por ser el día dedicado expresamente a lo más importante. Para otros cristianos el domingo era el último día por idéntico motivo. Los musulmanes distinguieron el viernes para celebrar no la fiesta, ni el principio, ni el fin de la semana, sino la jornada de oración más intensa. Los judíos mantuvieron el sábado pero nunca explicaron al mundo si comenzaban o terminaban la semana con su sabbat. La irrupción pues del fin de semana en Occidente chirría como unos zapatos nuevos. Ahora casi todos estamos ya incluidos en este sistema mental que presupone que el momento destinado a ser feliz es el fin de semana. El cambio se ha producido por sorpresa y con alevosía.

¿Qué es en realidad el fin de semana? A juzgar por los comentarios que intercalan en los momentos más crudos de la mañana los robotizados locutores de radio el fin de semana es la liberación. El "week end", el "finde" parece ser en la cultura superficial dominante el momento de olvidarse de todo, de liberarse del trabajo rutinario. El fin de semana ya no es el día del Señor. Ni es un día ni es del Señor. Aunque sea el tiempo en el que no se realicen trabajos remunerados no se parece en nada al antiguo día de fiesta. Aquellas fiestas primitivas (aquellas que todavía hemos conocido muchos de nosotros) solían durar un día, cosa que tiene varias ventajas. Para empezar la gente no se iba fuera de su pueblo porque un solo día no da para mucho. Además tampoco los medios de transporte permitían demasiadas velocidades. Viajar era una aventura en la que se hacían amigos y se escribían memorias, no un mero trámite registrado en el peaje de la autopista. En cambio ahora, del viernes al domingo tenemos tiempo más que de sobra para dar la vuelta al mundo. Cuando la gente no se iba fuera no era preciso recurrir al truco absurdo de trasladar las fiestas que caen en domingo al lunes. La fiesta se celebraba cuando tocaba y "sanseacabó". Si uno cumplía años el jueves los celebraba el jueves. Si San José caía en miércoles ese día se felicitaba a los Pepes. Ahora resulta que la gente no está cuando se la necesita porque se va a pasar fuera el fin de semana. ¿Por qué? No es fácil de explicar. Pero se va. Todo se confabula para hacer del fin de semana el fin último de nuestra existencia como si no pudiera uno sentirse feliz el miércoles. ¡Menudo tema de conversación es el fin de semana! A la pregunta esclerotizada de "¿qué plan tienes para el fin de semana?" se responde con el no menos automático "A ver si nos hace buen tiempo". Como si fuera cosa del demonio ponerse a llover en sábado.

La euforia con que es invocado el fin de semana por los profesionales del hablar sin decir nada parece indicar alguna incoherencia vergonzosa en el sistema. ¿Por qué hemos de vivir sólo esperando el fin de semana? ¿Por qué ha de ser la próximidad del "finde" nuestra única alegría de vivir? ¿Por qué ha de ser cada lunes una cuesta? ¿Por qué ya no nos vestimos con más elegancia los días feriados que los laborables? ¿Para qué se inventó el chandal? ¿Qué sentido tiene pasarse treinta años pagando una vivienda en la ciudad que no se usa y disfruta mas que para dormir y ver la tele? ¿No es absurdo deslomarse para tener una segunda vivienda y acudir a ella sólo de visita mientras dejamos abandonada y sin vida la mayor parte del tiempo la otra vivienda a causa del exceso de trabajo?

Pero lo peor de todo es que esta celebración sistemática de cada fin de semana con sus ritos quasi festivos es la institucionalización de la alegría sin motivo. Las viejas fiestas del calendario destinaban un día para cada cosa y todo con el objetivo de proporcionar a los parroquianos motivos para alegrarse, para celebrar, para beber y para comer y para cantar. El moderno fin de semana carece de santoral; es la fiesta sin motivo. Si hay que salir se sale sólo porque toca salir, y si hay que beber se bebe. Asi, cuando no se conoce el motivo para beber, uno anda desmotivado y descontrolado en las cantidades que ingiere porque no tiene ni idea de hasta qué punto hay o no algo que celebrar.

El invento del fin de semana es estresante y antiecológico. Es un subproducto de la ciudad moderna que demuestra el fracaso de la ciudad moderna. Los amigos de la sensatez debieran empeñarse en la utópica tarea de enderezar -o incluso de eliminar- el fin de semana. Es preciso replantearse mirando el calendario semanal las grandes preguntas de la vida. No está bien poner en la evasión permanente el ritmo de la existencia. Es insana esta incoherencia que tenemos la gente moderna: nadie quiere morir, ni envejecer, ni que se acabe el mundo... pero todos queremos que llegue el fin de semana. Pues el fin de semana llega, y pasa, y no pasa nada por mucho que adornemos el relato de nuestras aventuras al contarlo el lunes. No sabemos ni el día ni la hora, pero el principio del fin del mundo ya está aquí, por nuestra culpa: es el fin de semana.

PUBLICADO EN ARBIL NUMERO 65