¿QUÉ PASA EN NAVARRA?
Cosicas de Navarra entre julio y octubre de 2006
Por F. Javier Garisoain
No estamos en Navarra como para otro 19 de julio. Y no es que falten motivos para echarse al monte, pero la cosa no da más de si. En estos setenta años transcurridos desde que Navarra fuera “el asombro del mundo” la población del viejo Reino se ha duplicado pasando de 300.000 a 600.000 almas. El dinero y las preocupaciones privadas han crecido, la religiosidad ha menguado y la participación en política se la hemos dejado, cada vez más, a profesionales remunerados. En estas condiciones ¿quién tiene tiempo y ganas de sublevarse contra el gobierno?. Da mucha pereza. Por eso no es de extrañar que sólo unas decenas de personas hayan encontrado un hueco para conmemorar en Pamplona aquel histórico día 19.
Apenas tenemos tiempo para estar de fiesta. Los sanfermines siguen siendo la locomotora del tren veraniego que recorre todas las carreteras forales pero a causa de la masificación y la vulgarización hace mucho que dejaron de ser esa fiesta espontánea que en mala hora enamoró a Hemingway. En muchos aspectos el espíritu de los verdaderos sanfermines pervive en el ambiente familiar y tradicional de las fiestas de las pequeñas ciudades y pueblos de Navarra. Lo que pasa es que hay mucha competencia. Son tantos los espectáculos, conciertos, teatros, festivales y demás que al final no hay ni gente, ni tiempo, ni ganas para llegar a todo.
Algo de eso pasó, al parecer, con el Encuentro Nacional de Jóvenes que por primera vez ha convocado la Conferencia Episcopal Española en Pamplona y Javier. Todos los que lo vivieron coinciden en afirmar que el nivel estuvo alto y el ambiente fue entusiasta pero... ¿cómo es posible que fueran 30.000 jóvenes españoles al encuentro mundial de Colonia y apenas llegasen a 2.000 los participantes en el encuentro nacional de Pamplona? Es verdad que aquí no ha venido el Papa. Y es verdad que hacía poco que había tenido lugar el encuentro mundial de familias de Valencia. Pero ¿por qué tanta diferencia? Tal vez sea eso: que hay demasiadas cosas, muchas y muy buenas, pero tal vez demasiadas.
Políticamente crece el nerviosismo por estos lares. Especialmente entre esa especie tan paradójica que es el demócrata que teme a la democracia. Nosotros, que ya sabemos que la gente muchas veces se equivoca estamos curados de espanto y no nos escandaliza que llegue al poder una persona sin conciencia. El gran problema es que haya mucha gente así, no que uno de ellos llegue al poder. La amenaza de un tripartito progre foral (o anti-foral) surge a la vuelta de cada encuesta. El voto anodino y puramente propagandístico del Partido Socialista podría acabar sustentando un gobierno regional manejado por las minorías nacional-socialistas más ideologizadas. Lo peor es que la pequeña máquina electoral del Partido Socialista en Navarra no quiere jugar limpio. Para conseguir el poder están dispuestos a mentir y a traicionar a sus propios votantes. Ya lo están haciendo. Y es por eso que han nombrado a dedo a un candidato moderado, Fernando Puras, con imagen de navarrista, que se las da de cristiano, y parece poco sospechoso de traición.
Aparte de la tormenta política en ciernes la vida sigue. La economía no da especiales señas de preocupación más allá de las comunes a toda España y de todos conocidas: endeudamiento de las familias, sueldos de risa para los jóvenes, dificultades sumadas para las familias, y multiplicadas si son numerosas. Los medios de comunicación, salvo alguna honrosa excepción como por ejemplo la recién aparecida edición semanal de Epoca Navarra, del grupo Intereconomía, no lideran nada. Se contentan con adormecer y amortiguar cualquier brote de sana reacción social.
La cultura oficial goza de los dineros que al parecer sobran para programar centenares de espectáculos subvencionados. El deporte-espectáculo, en el que sobresale el buen sabor de boca de la mejor temporada de la historia de Osasuna, cumple una benéfica misión comunitaria casi como único elemento de cohesión social. Pero poco podrá hacer el fútbol ante una sociedad que se fragmenta cada vez más en compartimentos generacionales estancos.
Lo único que puede salvarnos, tanto individual como socialmente, es la fe y todo lo que creer el Catecismo conlleva. De hecho es lo único que todavía nos mantiene en pie porque sin esa inercia que supone el recuerdo de una tradición tan vigorosa ya nos habríamos disuelto hace décadas. Pienso en todo ese conjunto de actitudes y opiniones que muchas veces se sostienen por costumbre, porque sí, porque siempre lo hemos hecho, porque es lo que hemos conocido. Bienvenidas sean estas muletas para tanta cojera social. Y bienaventurado el pequeño resto de pueblo carlista que todavía queda en Navarra. Aunque ahora todos estemos renqueantes o postrados conviene mucho que alguien se acuerde de cómo se camina.
F. Javier Garisoain
PUBLICADO EN AHORA INFORMACION