martes, 1 de mayo de 2007

Doctrina y táctica del Mal Menor

Quisiera decir algo católicamente correcto sobre el concepto de “mal menor”. Y explicar que una cosa es la lícita doctrina moral del mal menor y otra más discutible la táctica política del mal menor. La táctica política malminorista es, desde hace doscientos años, seña de identidad del llamado catolicismo liberal, una ideología que ha pretendido conciliar la Verdad que predica la Iglesia con el relativismo y el naturalismo. Soy consciente de que muchos católicos sinceros siguen confiando en las tácticas maquiavélicas del mal menor y del voto útil tal vez porque no acaban de descubrir otra que les convenza. Después de pensarlo un poco les diré mi opinión: que hacer propuestas malas sabiendo que son malas y esperando con ello evitar el triunfo de propuestas peores suena, cuando menos, bastante inmoral. Y además es ineficaz.


La doctrina moral del Mal Menor

Los buenos filósofos explican que el mal no tiene entidad propia porque sólo es ausencia de bien. El mal menor pues no es más que carencia de bien. Y en este sentido mal menor es exactamente lo mismo que bien mayor. Como en el ejemplo de la botella “medio llena”o “medio vacía”sabemos que el nivel puede cambiar a más o a menos. Sabemos que diversas limitaciones internas o externas nos alejan siempre de la perfección individual y social. Por eso la doctrina del mal menor, que exige procurar siempre el mayor bien posible y evitar el mal en lo posible, es válida siempre. Ante una elección -suponiendo que nuestra única responsabilidad sea elegir- no existe otra posibilidad de rectitud ética que elegir lo mejor. Y si todo es malo hay que elegir el mal menor. Y no estará de mas convenir que en ciertos casos el negarse a elegir, es decir, la abstención, aún siendo un mal, puede ser el verdadero mal menor que estamos buscando. Todo ello suponiendo -insisto- que nuestra única responsabilidad seaelegir. La cosa cambia, como veremos, si nuestra responsabilidad no es elegir, sino hacer, o proponer. Al fin y al cabo vivimos en una sociedad plural en la que tenemos el deber de participar. ¿Se satisfará ese deber con la mera elección pasiva del mal menor? Si el llamamiento es a participar, a hacer, a construir, habrá que HACER el bien.

La táctica política del Mal Menor

La táctica política del mal menor ya no se limita al momento electoral, pues consiste en proponer unos males (menores) para evitar que triunfen otros males (mayores). Es la tentación política que nos acosa cuando tenemos la responsabilidad de hacer propuestas. Y llegados a este punto he llegado a una conclusión: desde el punto de vista ético nunca puede ser lícito proponer un mal, aunque éste sea menor.

He aquí algunos argumentos de por qué no es bueno el malminorismo:

- Porque la doctrina católica es clara al respecto cuando afirma que la conciencia ordena “practicar el bien y evitar el mal”(Cat. 1706 y 1777), que no se puede “hacer el mal”si se busca la salvación (Cat. 998) y que “nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien”. (Cat.1789)

- Porque la responsabilidad de los laicos católicos no puede limitarse a elegir pasivamente entre los males que los enemigos de la Iglesia quieran ofrecer, sino que debe ser una participación activa y directa, “abriendo las puertas a Cristo”.

- Porque el mal menor pretende asignar a los católicos un papel mediocre y pasivo dentro del nuevo sistema “confesionalmente aconfesional”.

- Porque el mal menor convierte en cotidiana una situación excepcional.

- Porque una situación de mal menor prolongada hace que el mal menor cada vez sea mayor mal. Los males “menores”de nuestros días pesan demasiado como para no evidenciar un enfrentamiento radical con el Evangelio: el individualismo, la relativización de la autoridad, el primado de la opinión, la visión científico-racionalista del mundo... principios que se manifiestan en la pérdida de fe, la crisis de la familia, la corrupción, la injusticia y los desequilibrios a escala mundial, etc.

- Porque la táctica del mal menor se ha demostrado ineficaz en el tiempo para alcanzar el poder o reducir los males.

- Porque es preciso exponer en su integridad el mensaje del Evangelio ya que “donde el pecado pervierte la vida social es preciso apelar a la conversión de los corazones y a la gracia de Dios”(...) y“no hay solución a la cuestión social fuera del Evangelio”(Cat. 1896)

- Porque la propuesta de un mal por parte de quien debiera proponer un bien da lugar al pecado gravísimo de escándalo que es la “actitud o comportamiento que induce a otro a hacer el mal”).

(Cat. 2284). A este respecto es muy clara la enseñanza de Pío XII: “Se hacen culpables de escándalo quienes instituyen leyes o estructuras sociales que llevan a la degradación de las costumbres y a la corrupción de la vida religiosa, o a condiciones sociales que, voluntaria o involuntariamente hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana conforme a los mandamientos (...) Lo mismo ha de decirse (...) de los que, manipulando la opinión pública la desvían de los valores morales”. (Discurso de 1/6/1941. Recogido en: Cat. 2286).

- Porque un mal siempre es un mal y “es erróneo juzgar la moralidad de los actos considerando sólo la intención o las circunstancias”(Cat. 1756).

Cómo nace el Mal Menor

Históricamente, la táctica política del mal menor nace en la Europa cristiana postrevolucionaria de la mano de dos movimientos políticos católicos: el catolicismo liberal y la democracia cristiana. Es complicado desentrañar los motivos que llevan a sus promotores a adoptarla en la teoría. Y son contradictorios los hechos y las decisiones adoptadas en la práctica. No entraré a juzgar la intención. En muchas ocasiones los malminoristas han sido hombres de iglesia, católicos inquietos por los avances de la revolución y deseosos de hacer algo en un contexto de debilidad de la respuesta católica a la revolución liberal.

Se puede llegar al malminorismo por diversos motivos que se superponen y entremezclan:

- Por “contaminación”del pensamiento revolucionario y el deslumbramiento ante la aparente perfección de las nuevas ideologías. Buscando, por ejemplo, el compromiso de la Iglesia con una forma política concreta (nacionalismo, parlamentarismo, democracia de partidos, etc.)

- Por exageración de los males del Antiguo Régimen y su identificación con la misma Doctrina Católica.

- Por cansancio en la lucha contrarrevolucionaria, por el acomodo conservador de quienes están llamados a la valentía.

- Por una derrota bélica de las políticas católicas, o tras un período intenso de persecución religiosa.

- Por una aparente urgencia de transacción con los enemigos de la Iglesia a fin de que, al menos, sea tolerada por unas autoridades hostiles una mínima labor apostólica.

- Por maniobras de partidos revolucionarios que intencionadamente procuran sembrar dudas y división entre los católicos.

- Por la carencia de verdaderos políticos católicos lo cual anima la intromisión del clero en la política concreta.

- Por la misma intromisión clerical en el juego político lo que a su vez retrae de la participación a unos y desautoriza la labor independiente -y tal vez discrepante en lo contingente- de otros laicos.

- Por ingenuidad de los católicos que confían sin garantías en las reglas del juego establecidas por los enemigos de la fe.

- Por una sobrevaloración del éxito político inmediato olvidando que, como dice el catecismo: “el Reino no se realizará (...) mediante un triunfo histórico de la Iglesia en forma de un progreso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal”. (Cat. 677)

- Por una creciente desorientación y falta de formación del pueblo católico que genera pesimismo o falta de fe en la eficacia salvadora de los principios del Derecho Público Cristiano.

- Por un enfriamiento en la fe y la religiosidad. Porque sin ayuda de la gracia es muy difícil “acertar con el sendero a veces estrecho entre la mezquindad que cede al mal y la violencia que, creyendo ilusoriamente combatirlo, lo agrava”. (Centesimus Annus, 25. En Cat. 1889)

Cómo ha evolucionado la táctica del Mal Menor

La táctica del mal menor no se ha introducido de golpe en ningún momento. Lo ha hecho de forma progresiva (a peor) a lo largo de los dos últimos siglos. En la historia política de los países europeos se podrían identificar las siguientes situaciones:

- En un primer momento, tras el choque violento de la revolución, y argumentando el accidentalismo de la Iglesia (que corresponde a la institución pero no a los laicos), los malminoristas toleran, consienten y hasta promueven la disolución de estructuras políticas y sociales tradicionales (monarquía, gremios, instituciones religiosas, bienes comunales, etc.) que eran de hecho un freno a la revolución.

- Paralelamente a la secularización de la política y por un cierto maquiavelismo, empiezan a omitir los argumentos religiosos a la hora de hacer propuestas con la ilusión de captar así el apoyo de los no católicos. Algunos llegan a afirmar como justificación para no hablar de la Redención que “la doctrina cristiana es más importante que Cristo”lo cual no deja de ser puro pelagianismo.

- El paso siguiente en la táctica malminorista es el intento de unión de los católicos en torno a un programa mínimo pero no para presentar una alternativa al nuevo régimen sino para integrarse mejor en él con la idea de “cambiarlo desde dentro”. Para ello se procura el desprestigio de otros políticos y tácticas católicas marginales.

- Un recurso frecuente en los malminoristas es tratar de ganar la simpatía de la jerarquía mediante promesas de “paz y reconciliación”que permitan la reconstrucción material de las Iglesias y el mantenimiento regular del culto. Se trata de un intento desesperado de salvar “lo que se pueda”, de tentar a la jerarquía de la Iglesia con una dirección política que no le es propia. Que podría ser algo excepcional, pero no la tónica habitual de participación política católica.

- En ocasiones son los propios obispos o miembros del clero quienes promueven grupos políticos en esa línea con una mentalidad puramente defensiva de la Iglesia. Esta intromisión empobrece la acción política de los católicos, la hace “ir a remolque”de las propuestas revolucionarias, y compromete a la Iglesia con soluciones políticas legítimas pero opinables. Cuando alguien propone hacer acción social, como lo hizo en España un influyente obispo, “para que no se nos vayan los obreros de la Iglesia”está falseando la finalidad de la verdadera acción social, que no puede ser un mero instrumento de catequesis, sino un deber de justicia y responsabilidad de los laicos.

- El caso del Ralliement propuesto por León XIII, que envalentonó aún más a los enemigos de la Iglesia en Francia, o la verdadera traición de ciertos obispos mexicanos a los católicos cristeros, milagrosamente perdonada por el pueblo fiel, son dos ejemplos de las nefastas consecuencias a las que puede llevar el malminorismo. En este sentido la claridad del Concilio Vaticano II al exigir la abstención del clero de toda actividad política representa una rectificación importante. Es preciso reconocer que el empeño cobarde de algunos cristianos por buscar la mera supervivencia material de la Iglesia, la “añadidura”, ha sido un anti-testimonio escandaloso. Es un escándalo que quienes dicen con el Evangelio “Buscad el Reino de Dios y su justicia...”olviden que el mal moral es “infinitamente más grave”que el mal físico. (Cat. 311)

- Más recientemente y coincidiendo con la euforia previa al Concilio Vaticano II se procuró la disgregación de partidos, asociaciones, instituciones y estados católicos con la idea de potenciar una especie de “guerra de guerrillas”que pudiera conquistar así la opinión pública y llegar a todos los rincones del entramado social. Los resultados están a la vista: no sólo se han debilitado o extinguido las antiguas herramientas sino que además no ha surgido esa nueva”guerrilla”y no se ha conquistado nada nuevo -o poco- que no fuera ya católico.

- El último paso del malminorismo y la demostración palpable de su maquiavelismo es la justificación del voto útil lo que, paradójicamente, contradice el mal menor porque propugna que se vote no ya al menos malo, sino a la opción que tenga mayores posibilidades de triunfo, aunque sea peor que otras opciones con menos posibilidades.

La ineficacia del Mal Menor

Al analizar la génesis y desarrollo de las tácticas malminoristas, en ningún caso condeno aquí la intención de quienes las han apoyado o apoyan. Simplemente quiero constatar algunas razones que expliquen por qué el malminorismo nunca consigue lo que se propone. No consigue reducir el mal mayor:

- Porque las energías que debían gastarse en proponer bienes plenos se gastan en proponer males menores.

- Porque es una opción de retirada, pesimista, en la que el político católico esconde sus talentos por temor, o por falsa precaución.

- Porque la táctica del mal menor predica la resignación; y no precisamente la resignación cristiana, sino la sumisión y la tolerancia al tirano, a la injusticia y al atropello. Con tácticas malminoristas nunca se habría decidido el alzamiento español de 1936, ni habría caído el muro de Berlín. No habría habido Guerra de la Independencia Española, ni insurgencia católica en la Vendée, ni Carlistas en España, ni Cristeros en México. Y tal vez ninguna oposición habría encontrado el avance islámico por Europa. No habrían existido ni Lepanto, ni Cruzadas, ni Reconquista.

- Porque el mal menor se presenta como una forma inteligente de favorecer económica y físicamente a la Iglesia olvidando que la mayor riqueza de la Iglesia -su única riqueza- es el testimonio de la Verdad, testimonio que si sigue hoy vivo es gracias a la sangre de los mártires.

- Porque hay ejemplos sobrados en los que el triunfo del malminorismo ha dado el poder a partidos que reclamando el voto católico han amparado, y eso ha pasado en media Europa, una legislación anticristiana (divorcio, aborto, etc.).

En definitiva, el malminorismo no ha sido derrotado nunca porque en sí mismo es una derrota anticipada, una especie de cómodo suicidio colectivo. Es el retroceso, la postura vergonzante y defensiva, el complejo de inferioridad. Defendiendo una táctica de mal menor, los cristianos renuncian al protagonismo histórico, como si Cristo no fuese Señor de la historia. Se creen maquiavelos y sólo son una sombra en retirada. Niegan en la práctica la posibilidad de una doctrina social cristiana, y niegan la evidencia de una sociedad que, con todas sus imperfecciones, ha sido cristiana. El malminorismo, contrapeso necesario de una revolución que en el fondo es anticristiana, ha fracasado siempre, desde su mismo nacimiento.

En cambio, la historia de la Iglesia y de los pueblos cristianos está llena de hermosos ejemplos en los que el optimismo -o mejor, la esperanza cristiana-, nos enseña que es posible, con la ayuda de Dios, construir verdaderas sociedades cristianas. La política cristiana no ha fracasado en la medida en que todavía hoy seguimos viviendo de las rentas de la vieja cristiandad occidental.

Conclusiones

Es alentador comprobar que, gracias a Dios, los errores filosóficos o teológicos, cuando se concretan en movimientos y personas, siguen adelante en medio de felices incongruencias, acuciados por la realidad de las cosas. Raras veces llegan a desarrollar las últimas consecuencias de sus principios. Por eso el resultado de una acción política, aunque parta de unos principios erróneos, es incierto y sorprendente. “Dios creó un mundo imperfecto, en estado de vía”. (Cat. 310) y ni siquiera el acceso al gobierno político de personas santas podría eliminar todas las imperfecciones de este mundo.

Una vez reconocida esta tremenda limitación de la realidad política, nuestra responsabilidad de laicos católicos no puede ser la resignación ante un mundo imperfecto, sino la lucha y la aventura por procurar el acercamiento a ese ideal de perfección que propone también a un nivel social el Evangelio. Aquí radica el verdadero y sano pluralismo que debe existir entre los católicos, porque sin reconocer cierto “derecho a la equivocación”será imposible rectificar y mejorar.

La Doctrina de la Iglesia está pidiendo a los laicos católicos una participación activa en la vida política, solos o acompañados. Todo llamamiento a la unidad entre los católicos no puede exigir mas que una unión en los principios pre-políticos, es decir, en torno a una misma idea de bien común. Y esa acción política católica es responsabilidad exclusiva de los laicos, no de la Institución jerárquica. Laicos solos, o laicos agrupados. Pero laicos.

En cuanto a los conceptos de mal menor y voto útil, estas son mis conclusiones:

- El mal menor como doctrina moral es siempre válido si nuestra responsabilidad es exclusivamente la elección.

- El mal menor como táctica política nace en la Europa postrevolucionaria en un contexto de debilidad de las opciones políticas cristianas.

- La táctica del mal menor es pesimista e ineficaz.

- La táctica política del voto útil es puro maquiavelismo político y aunque aparentemente contradice la táctica del mal menor es en realidad una vuelta de tuerca en una misma concepción que esteriliza la acción política de los laicos católicos.

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F. Javier Garisoain Otero


PUBLICADO EN LA REVISTA ARBIL Nº 112.

jueves, 15 de marzo de 2007

POR QUÉ NO NOS QUEDAMOS EN EL MUSEO

POR QUÉ NO NOS QUEDAMOS EN EL MUSEO

Después de ciento setenta y cuatro años diciendo que el liberalismo es una cosa muy mala este hilillo en que se ha convertido la Tradición típicamente española sigue, y sigue, y sigue. Hemos intentado todo tipo de trucos para desentendernos del problema y poder así dedicarnos a nuestras cosas pero no hemos podido. Si no es uno, es otro. Siempre hay algún “listo” que se cree en el deber de continuar la tarea heredada. Así no hay manera. Hemos probado a perder guerras, e incluso a ganarlas. Pero sin resultado. Hemos intentado influir en la sociedad, hemos escrito, publicado, discurseado. En otros momentos nos hemos refugiado en las catacumbas, o nos hemos dedicado a la conspiración nostálgica. Han vivido entre nosotros artistas enormes como Valle-Inclán, pensadores profundos como Alvaro d’Ors, guerreros de película como Cabrera, apóstoles políticos como Aparisi. Cada uno de ellos hizo lo que pudo por poner un punto final a esta desazón que nos hace seguir siendo carlistas. Y nunca hemos conseguido desaparecer del todo. De las entrañas del carlismo han surgido movimientos que en reduccionismos diferentes creían encontrar el quid de la cuestión, pero todos han terminado aburriéndose antes que nosotros, que sin merecerlo hemos podido comprender que la gracia estaba en la armonía del conjunto. Pasaron los integristas iluminados, cayeron los socialistas medio-materialistas, ya decaen y acabarán pasando los idólatras de la tierra, no parece que vayan a volver los enfermos de principitis. Al final solo quedamos los que sabemos que está muy bien pensado el trilema de Dios, Patria-Fueros, Rey. Los que a veces no entendemos por qué Dios permite lo que permite; los que sentimos pena porque no haya más equilibrio entre los aldeanos y los globalizadores; los que esperamos que un día, cuando nos lo merezcamos, habrá un Rey de verdad.


Y así pasan los años y sentimos que tenemos algo que decir sobre la política, sobre toda esa serie de cosas que pasan desde que sales de casa y hasta que entras en el templo. Nos sentimos huérfanos porque no hay nadie en las tribunas que nos represente. Los lejanos no entienden nada y los más próximos son una fea caricatura. Y así es como se nos ocurre que hay que salir, que hay que decir algo, que hay que hacer política de la buena. Que lo que mueve el mundo son las ideas distintas, y no te digo nada si además son buenas.

De pronto llegan las elecciones forales aquí, en Navarra, y alguien -que somos nosotros- tiene finalmente que salir y decir al menos tres cosas al típico partido malminorista que tiene la costumbre de engordar con los votos de nuestra gente. Y les decimos:

1º. Que en el campo de las políticas que podríamos llamar familiaristas o pro-vida es verdad que tenéis alguna excepción a título individual, pero como grupo estáis haciendo una política seguidista del PP, tolerando el aborto y la manipulación de embriones, la abolición del matrimonio como Dios manda, o la degradación de la educación. No podemos estar contentos.

2º. Que en el ámbito propiamente político-social estamos en las antípodas; porque en ningún momento habéis propuesto la más mínima reforma del sistema para abrir cauces de participación social (como podrían ser las listas abiertas, o el cheque escolar, por ejemplo) sino que, por el contrario, mantenéis una concepción estatalista, partitocrática, hiper-legalista y que promueve la profesionalización de la política.

3º. Por último, la defensa de la identidad de Navarra que teóricamente os caracteriza no impide que os avergoncéis de la historia más reciente de Navarra, de sus verdaderas raíces católicas y tradicionales; y por si fuera poco no os importa incluir a menudo en vuestro discurso un componente anti-vasquista que reniega de la cultura vasca como parte inseparable del ser mismo de Navarra.

Eso es todo por el momento. En esta ocasión nos ha parecido oportuno decírselo a la cara, presentando una candidatura alternativa al Parlamento puesto que es lo único que puede inquietarles. No sabemos hasta que punto servirá, pero una cosa tenemos clara: seguimos siendo carlistas. Y por tanto nos hemos ganado el derecho a protestar.

F. Javier Garisoain Otero
Presidente de la Junta Carlista de Navarra (CTC)
15 de marzo de 2007

PUBLICADO EN AHORA INFORMACION

jueves, 1 de marzo de 2007

EL MAL MENOR Y EL MALMINORISMO

Ha escrito el editorialista de El País que no podía hacer otra cosa el pobre Rubalcaba cuando se ha visto obligado a decidir entre dos males: uno menor, que era mandar a un famoso terrorista a su casa; y otro mayor, que era dejarlo morir de hambre voluntaria en la cárcel. El ministro a su vez ha discurrido una frase redonda para afirmar que gracias a él- ahora De Juana ya no está “ni libre ni muerto”. Esta alusión al concepto de mal menor, unida a la réplica de la oposición preguntando cuál será el próximo mal menor ha logrado poner de moda una de esas ideas-bomba maquiavélicas que amenazan con desquiciarnos.

El mal menor, como todos los males, no existe. No tiene entidad propia. Es un hueco, un agujero, una carencia, una falta. No existe. El hecho de que sea menor parece despertar en los más ingenuos la ilusión de acabar fácilmente con él a base de llenarlo con el bien que sea necesario. Pero por inofensivo que parezca un mal es un mal. Una pequeña grieta no es mas que un mal menor en la presa de hormigón... hasta que provoca su rotura. El pinchazo que revienta un globo infantil es un mal diminuto y sin embargo causa una peor explosión cuanto más aguda sea la aguja.

No es cuestión de que el mal sea grande o pequeño. Nadie puede ser capaz de calcular si es peor la muerte de 192 personas en unas horas o la de un millar en varias décadas. No se puede decir que sea menos malo el enfado de la mitad de España que el regocijo de los amigos de un terrorista confeso.

En todo este asunto la clave es que un mal, si es malo de verdad, nunca se puede promover. Como mucho se podrá elegir, cuando no haya otro remedio que elegir. Y no parece que sea éste el caso al que se ha enfrentado el pobre ministro indefenso. Aquí no había ninguna elección externa a no ser que convengamos en que un ministro no es alguien llamado a mandar sino que debe limitarse a optar entre las posibilidades que le marcan instancias superiores.

Pero si me han seguido hasta aquí no se relajen porque la cosa es todavía más complicada. En cierto modo lo que ha hecho Rubalcaba es un bien pasado de rosca. Ha ejercido una clemencia asombrosa hacia un mal hombre que de por sí no se merece la más mínima consideración. En cambio, ese “déjale morir en la cárcel si es lo que quiere” que reclaman muchos opositores del Gobierno tampoco suena mucho a bien, la verdad.

Lo peor de todo este asunto es el desdibujamiento que están sufriendo las mismas ideas de bien y de mal. Nada impide que se defienda políticamente un principio y su contrario según convenga, como hacen los apologetas de la eutanasia que impiden el suicidio de De Juana. Se emplea el típico truco para convencer a los niños: Que si - que no. - Que sí. -Que no. -Que... NO... - Que sí. Y funciona. Porque no interesa el hecho de si los medios empleados son realmente buenos o malos. Lo que importa es el fin. Y así nos luce el pelo, Maquiavelo.

En esto consiste el malminorismo, ni más ni menos. Una doctrina inmoral que anima a proponer males evidentes -males pequeñitos al principio, males medianos después- para conseguir bienes finales altísimos y puros: la Paz, la Cultura, la Patria. Y no es que resulte tan difícil hacer la distinción. Recuerden: elegir un mal menor (que me corten un brazo en vez de la cabeza) puede ser legítimo. Proponer, en cambio, un mal menor como táctica, por puro cálculo interesado, pensando en sacar así bienes del vacío es, sin duda, ilegítimo, inmoral, indigno. Y además -como ha demostrado la política malminorista en todo el mundo- es ineficaz porque convierte en cotidiana una situación excepcional y hace que el mal menor sea cada vez mayor mal.

No pretendo aquí condenar la intención de quienes han apoyado o apoyan todavía hoy las tácticas políticas malminoristas. Simplemente quiero constatar algunas razones que expliquen por qué el malminorismo nunca consigue lo que se propone. Por qué no consigue reducir el mal mayor:

- Porque las energías que debían gastarse en proponer bienes plenos se gastan en proponer males menores.

- Porque es una opción de retirada, pesimista, en la que el político esconde sus talentos por temor, o por falsa precaución.

- Porque la táctica del mal menor predica la resignación; y no precisamente la resignación cristiana, sino la sumisión y la tolerancia al tirano, a la injusticia y al atropello. Con tácticas malminoristas nunca se habría decidido ninguno de esos episodios históricos que -como la Reconquista, por ejemplo- demuestran capacidad de progreso en las sociedades humanas.

- Porque hay ejemplos sobrados en los que el triunfo del malminorismo ha dado el poder a partidos que reclamando el voto en conciencia han amparado, y eso ha pasado en media Europa, una legislación netamente mala (divorcio, aborto, etc.).

En definitiva, el malminorismo no ha sido derrotado nunca porque en sí mismo es una derrota anticipada, una especie de cómodo suicidio colectivo. Es el retroceso, la postura vergonzante y defensiva, el complejo de inferioridad. Defendiendo una táctica de mal menor, los políticos cristianos, que en teoría son de los que debieran tener claras la diferencia entre bien y mal, renuncian al protagonismo histórico. Se creen maquiavelos y sólo son una sombra en retirada. Niegan en la práctica la posibilidad de una doctrina social cristiana, y niegan la evidencia de una sociedad que, con todas sus imperfecciones, ha sido cristiana porque si no no hablaríamos tanto ahora de descristianización. El malminorismo, contrapeso necesario de una revolución que confunde bien y mal, ha fracasado siempre, desde su mismo nacimiento.

Una vez reconocida esta tremenda limitación de la realidad política que es el malminorismo, nuestra responsabilidad de chestertonianos de pro no puede ser la resignación ante un mundo imperfecto, sino la lucha y la aventura por procurar el acercamiento a ese ideal de perfección que propone también a un nivel social el Evangelio. Aquí radica el verdadero y sano pluralismo que debe existir entre los cristianos, porque sin reconocer cierto “derecho a la equivocación” será imposible rectificar y mejorar.

Y aquí radica nuestro mosqueo cuando oímos hablar tan alegremente a Rubalcaba y sus amigos de los males menores. Primero que expliquen cuál es el criterio para definir lo bueno y lo malo. Después ya veremos -que no somos tontos- si el mal que nos hacen es grande o es pequeño.

F. Javier Garisoain Otero

PUBLICADO EN LA REVISTA "CHESTERTON". MARZO DE 2007