viernes, 2 de octubre de 2009

Insumisión, objecion y fuero. X Congreso Católicos y vida pública 2009

Insumisión, objecion y fuero. 
X Congreso Católicos y vida pública 2009

En este mundo no hay nada perfecto. Y no digamos en el submundo de las cosas políticas. Pero dentro del conjunto de circunstancias provisionales que convierten la res publica en una plataforma inestable hay grados. La objeción de conciencia es siempre cosa buena y merecedora de aplauso por muchas razones, tanto en su versión más ligera, cuando encuentra un fácil acomodo en el sistema, como cuando, de forma heroica, roza las actitudes de insumisión a la injusticia. Sin embargo no podemos dejar de señalar que políticamente, la objeción es el colmo de la provisionalidad y la excepcionalidad, el último recurso ante la tiranía de una ley injusta. La objeción de conciencia es el argumento final que le queda al que ha renunciado a conseguir un cambio de la legislación y pide, al menos, que no se le obligue a actuar contra su conciencia en algún asunto que considera grave.

HACIA LA OBJECION PERMANENTE: UNA SOLUCION “FORAL” PARA UNA SOCIEDAD PLURAL
¿Cuánto tiempo puede durar una situación de objeción de conciencia? En teoría podría ser de una duración indefinida, pero desde el punto de vista del gobernante un objetor es como un quiste en el organismo político, un elemento extraño al que como mucho sería aceptable tolerar durante algún tiempo limitado mientras se piensa en él como en una pieza sobrante o molesta. Cuando un grupo de personas se plantea la objeción de conciencia es que existe una batalla todavía no resuelta en la que los objetores carecen de otro recurso de presión que no sea su propia conciencia. No es pues una posición de fuerza. Tiene la energía del que ya no puede retroceder más porque está resistiendo en la última muralla, que no es otra cosa sino la conciencia inviolable de cada cual. Pero realmente la objeción es una forma de derrota.

Pensemos en el factor tiempo: ¿cuántos años puede tolerar un sistema político cualquiera que un grupo más o menos minoritario de ciudadanos se oponga de forma constante al cumplimiento de alguna norma común? Desde mi punto de vista solo existen tres soluciones al dilema. O gana el poder legislativo, cuando consigue imponer su ley con todas las consecuencias... o ganan los objetores, si consiguen dar la vuelta a los papeles a base de hacerse con los resortes del poder. Una tercera posibilidad, muy complicada siquiera de plantear hoy en día, consistiría en llegar a una solución de compromiso en la que los objetores dejarían de serlo para pasar a ser “aforados” o privilegiados por alguna asimetría legal.

Esta vieja idea de una ley hecha a medida, realista, prudente y justa se basa en la clásica definición de justicia: "dar a cada uno lo suyo" y respalda el argumento tomista que niega incluso la categoría de ley a cualquier norma que sea injusta, irracional, abusiva... . Según este esquema, -que podríamos identificar fácilmente con la mentalidad del fuero y lo foral- se podría permitir a diversos grupos humanos vivir unidos bajo un mismo marco legal y de autoridad común pero diferenciados en ciertos asuntos clave por algunas leyes particulares o fueros privativos para cada uno de ellos. La aplicación de este principio general, de respeto máximo hacia una conciencia que no es solo individual sino que también es colectiva podría ser aplicable en el caso del médico que se toma en serio el juramento hipocrático, en el de la familia que prefiere educar a los hijos en casa, y hasta en la situación de grandes comunidades políticas, regiones o países enteros, que encuentren motivos suficientes para plantear cualquier objeción. ¿No sería este, por ejemplo, el caso tan reciente y envidiable de los políticos irlandeses y polacos que han decidido luchar dentro de la Unión Europea por un “blindaje” de sus respectivas legislaciones nacionales en materia de vida y familia?

LOS PREJUICIOS HACIA LO FORAL
Con estas pinceladas tocantes a lo foral no pretendo dibujar ningún sistema jurídico-político nuevo ni extraer de la nada una teoría inédita. Se trata simplemente de poner sobre la mesa algunas ideas sobre una solución típicamente medieval -y cristiana- a esos conflictos que siempre han generado las legislaciones unitarias, generales y amplias. Dicho esto me encuentro con una ciertad dificultad a la hora de desarrollar este punto de vista porque da la sensación de que pronunciar el término “fuero” en el mundo del orden jurídico-político liberal triunfante es como si hubiera mencionado la sombra del padre muerto. Vivimos en el occidente postmoderno, cuyo entramado ideológico considera el verdadero año cero de la nueva cronología no el del nacimiento de Cristo sino el de los estallidos revolucionarios de Francia e Inglaterra. Está tan extendido desde entonces el criterio uniformista y totalizador de la ley general, universal, puramente racional, que nos da mucho reparo mirar siquiera de reojo a los modelos del sistema anterior. Los ideólogos del nuevo régimen no admiten ni aún la mera especulación sobre los conceptos antiguos. Hablar de fueros es para ellos algo tan anacrónico como hacer funcionar con un tiro de caballos el último modelo de volkswagen. No se dan cuenta, sin embargo, de que igual de anacrónico e injusto resulta obligar a todos los vehículos, incluidos los viejos carros o hasta a los peatones, a circular a 120 Km por hora.

Si nos liberásemos de los prejuicios mencionados que despierta lo foral podríamos entender que el bien común y la misma idea de organización social no son en absoluto incompatibles con la existencia de sociedades plurales, diversas, policulturales. Para entender esto, sin embargo, es preciso contemplar al conjunto social -cualquier conjunto, desde el municipal hasta el europeo o el mundial- como un cuerpo, no como una masa. Como una estructura, no como un conglomerado. Como un mosaico, no como un puré.

Desde mi punto de vista el temblor de tierra político que actualmente se produce cuando los políticos legisladores se enfrentan a alguna clase de contestación social es porque no han asumido un orden clásico -y netamente cristiano- de las leyes justas que podría servir para apaciguar gran parte de los conflictos. Intentaré resumir la tesis en pocas palabras: la ley justa es aquella que ordena el máximo responsable de cuidar el bien común, es decir, la autoridad, sin propasar el límite de la conciencia de cada persona o grupo social. ¿Por qué no se acepta en el moderno esquema político esta tesis? En primer lugar porque no se comprende la existencia de una autoridad que sea por definición más responsable del bien común que los demás; en segundo lugar porque hay una hipertrofia legal y positivista que no se sabe cómo frenar; y finalmente y no menos importante porque no se cree en la existencia de un alma inmortal que justifique el respeto verdadero a la conciencia individual.

EL BIEN COMUN, LA LEY Y LA AUTORIDAD
El bien común, cuya definición indiscutida es de todo menos común, debe entenderse como un bien supremo que afecta al conjunto de la comunidad y que no necesariamente tiene que responder al bien inmediato de cada una de las partes. Esto se entiende perfectamente en el ejemplo clásico de la amputación del miembro corrupto. Pero por otra parte el bien común no puede ser alcanzado si se niega la personalidad de las partes. Es el eterno debate entre la unidad y la diversidad, el centro y la periferia, lo centrípeto y lo centrífugo, lo general y lo particular. Debate cuya única solución -siempre imperfecta- ha de plasmarse en la ley como expresión de la justicia que da a cada uno lo suyo.

Volviendo al asunto de la objeción diré que, desde mi punto de vista, lo único que puede garantizar no ya la objeción sino lo que podríamos llamar “objeción institucionalizada” o “ley hecha a medida” es la existencia de una autoridad que permanezca centrada en la búsqueda del bien común -a salvo de vaivenes partidistas- y que respete con convicción trascendente el alma de cada ciudadano o grupo de ciudadanos.

UNA VUELTA DE TUERCA: DE LA OBJECION A LA INSUMISION
¿Y qué pasaría si no fuera posible llegar a la aplicación de esta teoría neofuerista sobre la que estoy pensando en voz alta? Mucho me temo que cualquier movimiento objetor que no haga sino retroceder en su influencia no tendrá mas que un único final: la insumisión. El estado, el gobierno, y más si se trata de poderes que confían en las teorías revolucionarias de la voluntad general no se va a permitir el lujo de admitir en su seno un disenso permanente en asuntos graves. Lo lógico será que se esfuerce por apaciguar, asfixiar, reprimir hasta el final cualquier insurgencia hasta conseguir que lo que empezó como una objeción “desde dentro” se convierta en una insumisión marginal que será así mucho más fácilmente expulsada fuera del sistema y presentada como radical y poco razonable. La insumisión colocará fuera de la convivencia general a los antiguos objetores y les obligará a rendirse o a prolongar una resistencia agotadora y martirial no apta para grupos numerosos.

CONCLUSIONES
Una de las pocas ideas nítidas que tengo en política es la de que no es posible el vacío ideológico, ni para la persona, ni para cualquier clase de sociedad. La tesis que planteo pues en esta comunicación es un intento de aportar alguna solución al conflicto que se produce cuando varias cosmovisiones contradictorias se confrontan en un mismo tiempo y espacio político. No creo que sea posible la pura tolerancia a base de dejar el poder al más vacío de todos los ciudadanos. Este sistema, que es el que propugna el nihilismo contemporáneo entrega siempre el poder al más relativista mientras que condena al ostracismo a los políticos con convicciones. Por el contrario, al plantear una reflexión sobre la vieja solución tradicional que daba la Cristiandad al problema del multiculturalismo únicamente he pretendido abrir una ventana a la reflexión. Seguramente para los cristianos más providencialistas parecerá esta propuesta demasiado pobre o conservadora. Porque la fe cristiana, expansiva y misionera como ninguna otra, ha procurado siempre la creación de mundos -y no reductos- cristianos. Creo que conviene sin embargo, desde el punto de vista de la prudencia política, explorar otras soluciones intermedias, no para conformarse con ellas, sino para fijar y detener el retroceso de las estructuras auténticamente cristianas que aún perviven entre nosotros y para hacer posible las misiones del futuro. Las cuales serán muy probablemente, por encima de todas nuestras brillantes estrategias, las que Dios quiera.

F. Javier Garisoain Otero
Licenciado en Historia
Secretario general de la Comunión Tradicionalista Carlista
2 de octubre de 2009

domingo, 1 de marzo de 2009

El voto inútil

No es que sea tan viejo pero llevo mucho mucho tiempo pensando sobre el mal menor, el malminorismo y el voto útil. Mi conclusión, en pocas palabras sería la siguiente: el mal menor se puede elegir pero nunca procurar; el malminorismo es malo porque consiste en proponer males pequeñitos pensando que el fin justifica los medios; y el dilema entre voto útil o inútil se resuelve votando en conciencia.

La cuestión de si mi pequeño voto va a terminar o no siendo útil suele ser con frecuencia sacada de quicio por los analistas electorales. Hay marketineros de la política que serían capaces de hacer cualquier cosa para convencerle a Vd. de que su voto es como un lingote de oro. Pero lo cierto es que más bien se parece a un boleto de la ONCE. Porque lo mismo resulta decisivo que acaba en el cajón de los restos electorales inútiles. Incluso aunque se haya apostado por el caballo (o caballero) ganador uno nunca sabrá en cuál de esos dos grupos acabó su votito.

Los cazadores de votos profesionales suelen asociar la idea de voto útil a los apoyos recabados por los grandes partidos. Como si solo pudiera ser útil lo grande. Como si una gran excavadora inmovilizada fuera más útil que una hormiga en acción. No hace falta aplicar mucho sentido común para entender que el tamaño, también en la política, es una cosa y la utilidad otra.

Pues bien, llegados a este punto ¿por qué preocuparse tanto por la utilidad o inutilidad de mi voto? ¿Por qué no votar lo que se quiera, tranquilamente, en conciencia, a gusto… en vez de torturarnos con la sospecha inútil de la inutilidad? A lo mejor lo que hay que relativizar un poco más es esa misma idea de la utilidad del voto, de todos y cada uno de los votos. Porque si no pudiera pasar que, entusiasmados por ese tesoro que se imagina insustituible, hubiera votantes que no volvieran a pensar en las cosas de la política durante cuatro años enteros. Y eso no puede ser. Eso no es ni participación, ni ciudadanía, ni espíritu democrático, ni nada.

Todo esto que acabo de decir hay que decirlo. No tiene sentido que los militantes de partidos más o menos minoritarios lo demos todo por sabido y que luego nos mosqueemos porque la gente no nos apoya.
Hay que advertir. En cierto modo hasta hay que educar. Que la mayoría de la gente piense que lo más útil es votar a los grandes es cosa muy normal tal como están las cosas. Así que ya vale de lamentos. Si queremos votos tendremos que aprender a ganarlos. Porque además no es verdad que todo sea cuestión de tamaño; también cuentan la seriedad y la responsabilidad. Si les parece, otro día puedo escribir algo acerca de esas y otras virtudes.

F. Javier Garisoain Otero

Licenciado en Historia y político
PUBLICADO EN COPE.ES

domingo, 15 de febrero de 2009

Ese maquiavelismo político que adultera la democracia…

La pura teoría democrática, -y la aristocrática, y la monárquica- requieren que el sujeto primero de la política sea un conjunto de personas libres. Libres para actuar sin miedo ni coacción, sin respetos humanos y sin prejuicios. Libres a fuerza de buscar la verdad y sabedores de que es la verdad lo que nos hace libres.
Si todos actuáramos así en la vida pública, libremente, abiertamente, diciendo con honestidad lo que pensamos, manifestando nuestras creencias, confesando nuestras preferencias y amores de forma sincera, dejaríamos muy poco espacio para esa imagen torcida de política que, por desgracia, suele identificar las cosas del bien común con la mentira, la marrullería, la engañifa y el disimulo.

Cualquier padre de familia sabe lo complicado que resulta tener a todos contentos en casa. Pues imagínense la dificultad de satisfacer a millones de familias. Por eso la tentación del engaño, del cálculo demagógico, es más poderosa en los políticos que en la gente de a pie. Quien diga que la tarea política es fácil miente; desconfiemos pues de los partidos que piden el voto para arreglarlo todo ellos solitos. Lo normal en cualquier carrera política es hacer las cosas regular tirando a mal, así que cuantos menos cacharros pueda romper el político de turno mejor que mejor. En ese sentido -un tanto pesimista, lo reconozco- me parece que el aspecto más útil de la democracia es que repartiendo los errores entre todos hace que se hagan más llevaderos.

Pues bien, toda esta teoría tan hermosa de los hombres libres, los políticos honrados, los pueblos responsables, y la política contenida en sus justos términos, es papel mojado cuando la gente no es libre, los políticos aparcan la honradez para la jubilación y los pueblos se precipitan en el maquiavelismo colectivo. Cuando cada hijo de vecino, en vez de ocuparse con responsabilidad de sus cosas y dejar las componendas políticas para más altas instancias hace lo contrario: permite que el estado se ocupe hasta del felpudo de su casa mientras se dedica a elucubrar sobre las futuras mayorías parlamentarias.

Estoy llamando “maquiavelismo”, en definitiva, a esa forma de actuar en la vida pública que todo lo adultera, en especial toda clase de procesos electorales, pues convierte en calculadores de alta estrategia a quienes debieran limitarse a decir lo que piensan. Estoy llamando maquiavélico a este orden de cosas que hace que la gente no vote lo que quiere sino una versión suavizada de lo que no quiere. A ver si otro día me acuerdo de contarles qué tiene que ver esto con el llamado voto útil.

F. Javier Garisoain Otero

Licenciado en Historia y político
PUBLICADO EN COPE.ES

domingo, 1 de febrero de 2009

¿Qué es eso de las listas abiertas?


No creo que sea la panacea de todos nuestros males. Pero extender el método de las listas abiertas sería sin duda un paso bien interesante en este momento en el que las instituciones, el armazón del estado, el peso del organigrama, la voz del colectivo y la partitocracia se han convertido en verdaderas “estructuras de pecado” que deshumanizan hasta anular la responsabilidad personal –o lo que es lo mismo, la libertad- de cada uno. En el sistema actual el voto es un cheque tan blanco y generoso que aquel partido que consiga hacerse con la mitad mas uno puede sacar adelante casi todo lo que se le ocurra. En cambio, si los cargos electos, especialmente los cargos de representación, fueran elegidos por la gente y no por el comité de listas de cada partido la coherencia personal de cada candidato sería algo decisivo. No habría multas por votar en conciencia, por ejemplo, y hasta es posible que se pudiera rescatar el “mandato imperativo” de las Cortes antiguas que vinculaba directamente al elegido con la voluntad y los intereses concretos de sus electores y no con esa falacia nebulosa de la “soberanía nacional”.

Para empezar es algo que hay que imaginárselo porque salvo en el caso medio fraudulento de la papeleta del Senado y la excepción de algunos municipios diminutos es un concepto inédito en el actual sistema político español. Básicamente consiste en que a la hora de elegir candidatos para cargos políticos, ya sean estos de representación o de gobierno, se pueda prescindir de la marca de cada partido y se posibilite la elección persona a persona.


Hace algún tiempo ha surgido en Cataluña una iniciativa llamada “Acción por la Democracia” que trata de aportar ideas para reformar el actual sistema político, cada vez más partitocrático, más mediocre, más corrupto, más cerrado y más deshumanizado. Ojalá se extendiera pronto y fuera calando hasta hacerse realidad. Aunque sin olvidar por ello que, como todo, también el exceso de personalismo en política tiene algunos riesgos. El principal es que la mayor tentación que tienen -que tenemos- los políticos es creernos que se nos elige allí donde estamos por nuestra cara bonita y nuestros propios méritos. Otro día les contaré qué tiene que ver el orgullo con la política.

F. Javier Garisoain Otero

Licenciado en Historia y político
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sábado, 10 de enero de 2009

El trabajo en equipo de los católicos con vocación política


Hay que participar. No seré yo el aguafiestas que vaya a desaconsejar la participación política a cualquier católico que haya conseguido meter el pie o la cabeza en el circo electoral. Pero permítanme que les recomiende simplemente un poco más de trabajo en equipo.

No hay nada malo en ser un mártir individual, un llanero solitario. Pero es muy distinto haberse quedado solo porque todos te han abandonado, como le sucedió en sus avatares políticos a nuestro patrón Santo Tomás Moro, que hacer de sheriff en “Solo ante el peligro” por una pura cabezonería ideológica, insistiendo en esa herejía del liberalismo que afirma que la voluntad del puro individuo es más importante que la Verdad. Y ya no digamos si lo que pasa es que te quieren solo, como se deja a la lombriz en el anzuelo, simplemente para que hagas de pescador de votos católicos en las elecciones europeas, por ejemplo. ¡Eso sería el colmo!

Los católicos hemos de participar en política, sí, pero ¿por qué no hacerlo un poquito organizados? No crean que me estoy refiriendo exclusivamente a la cuestión de si es deseable que existan partidos de ideario católico. Además de esta opción, -que sería sin duda la más sencilla- existen en teoría otras posibilidades como alentar corrientes intrapartidarias, grupos de trabajo, o incluso de equipos interpartidarios o interparlamentarios integrados por católicos. Todo menos vivir acogotados por la disciplina de un comité que ni siquiera te permita ser coherente con tu fe.

En la enseñanza católica ocurre tres cuartos de lo mismo y ahí no nos liamos tanto. ¿Quién se atreve a cuestionar que existan colegios de ideario católico por mas que algunos de ellos hayan dado lugar a malos ejemplos o incluso a escándalos?. Nadie niega que puede hacer mucho bien un educador católico, solo, desde la jaula de grillos de un colegio estatal y progre pero ¿no lo tendrá más fácil y mejor si dispone de un equipo afín? ¿no tendrá más posibilidades de éxito y menos de depresión si concentra sus energías en educar a los chavales y no en reñir con la dirección del centro?

Pues lo mismo en la política. Otro día les contaré cómo esto de pertenecer a un grupo coherente, católico por ejemplo, es la mejor forma de poder establecer alianzas con otros.

F. Javier Garisoain Otero

Licenciado en Historia y político
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sábado, 3 de enero de 2009

El asesinato mas viejo del mundo


Lo horrorosamente peculiar del aborto provocado contemporáneo es que sea contemplado por la ley no como la interrupción de la vida de “alguien” sino como la preeminencia de un presunto derecho de los padres embarazados a dejar de ser padres.


Siempre han existido abortos, desde que existe el pecado en el mundo, desde que hay personas que se ganan la vida vendiendo el cuerpo y matando el alma, desde que existen la mentira, la envidia y el homicidio. Lo malo, lo peor, es que ahora quieren hacernos creer que la ley, el Estado de Derecho, el orden constitucional y la guardia civil han de tolerar, cuando no alentar, ese crimen que consiste en matar al ser humano más inocente.

Conviene recordar que todo el movimiento pro-vida nació como tal para llevar la contraria a una política pro-muerte. Que surgió como una voz eminentemente política. Luego, con el paso de los años, se ha ido ramificando para tratar de cubrir los diversos frentes de un problema cada vez más enconado. Y por eso hay una educación pro-vida, y una propaganda pro-vida, y una labor asistencial pro-vida, y hasta una espiritualidad pro-vida. Todo eso está muy bien y es muy necesario siempre que no se olvide que el movimiento pro-vida se formó, sencillamente, para cambiar una ley injusta.

Otro día intentaré explicarles –y explicarme- por qué el derecho a la vida no es defendido con vigor por ninguno de los partidos parlamentarios que hay en España.

F. Javier Garisoain Otero

Licenciado en Historia y político
PUBLICADO EN COPE.ES