sábado, 27 de diciembre de 2008

La familia y la Iglesia: unidas contra la dictadura del relativismo


Una de las primeras cosas que debiera saber un político es dónde empieza y dónde termina su trabajo. La política, que es una cosa muy importante, está cada vez más desquiciada porque trata de abarcar cosas que no le competen. No se puede sacar a nadie del purgatorio por decreto; ni es posible establecer de forma oficial la certeza de una teoría química. Tampoco tiene sentido que la política invada lo que es propio y exclusivo de la vida de cada familia, ni menos aún que pretenda definir qué es el hombre, qué la mujer, o qué el matrimonio.


Política es todo –o casi todo- lo que pasa desde que sales de casa hasta que entras en el templo. Cuando se sale de sus límites, cuando se mete en la alcoba o cuando impone una filosofía obligatoria se convierte en tiranía. Por eso la mejor política familiar es la que no existe: la que respeta escrupulosamente el vínculo libre de cada matrimonio, la que no se entromete en la educación de los hijos, la que protege la permanencia del patrimonio familiar, la que aporta un clima de estabilidad, la que hace del conjunto de familias el verdadero motor de la economía nacional, el mejor “colchón” para las crisis, y la mayor riqueza de la sociedad.

La “dictadura del relativismo” contra la que nos advierte Benedicto XVI no es mas que el último capitulo del individualismo liberal que todo lo disuelve, que todo lo disgrega y que pretende dejarnos solos, como borregos, a merced de un estado cada vez más poderoso que se erige en única voluntad válida en medio de la incertidumbre. Dentro de este esquema ideológico la familia no sólo es que no haga falta, es que molesta, porque desde el punto de vista del político liberal radical no es mas que un baluarte que limita su poder.

Dentro de un largo proceso histórico de recorte de las libertades reales y de aniquilación de los cuerpos político-sociales naturales (gremios, municipios, sindicatos, universidades, regiones, cofradías, hermandades, asociaciones, congregaciones…) las únicas instituciones que todavía resisten, porque dan una respuesta profunda al deseo de cada hombre de vivir en comunidad, en hermandad, son la familia y la Iglesia. ¿A quién le extrañará que se unan ambas para defender la libertad verdadera?

F. Javier Garisoain Otero

Licenciado en Historia y político
PUBLICADO EN COPE.ES

viernes, 19 de diciembre de 2008

El club de los “principios no negociables”


Una de las cosas que mejor hacen los Papas es sintetizar la doctrina de forma que los dos o tres árboles de papel que otros gastaríamos para explicar las cosas importantes se reducen a una pildorilla cuando es el Pontífice quien enseña. ¿Quién no se acuerda de las escuetas expresiones popularizadas por Juan Pablo II el Grande: “No tengáis miedo”; “Abrid las puertas a Cristo”; “La Civilización del Amor”; o “Nada justifica la muerte de un inocente”?


De Benedicto XVI resuena todavía eso de “Dios no quita nada, lo da todo”; o aquel incontestable “Dios ama al embrión”. En cuanto a su feliz síntesis de los “principios no negociables” tengo la impresión de que está llamada a resonar en la conciencia de los políticos católicos durante mucho tiempo porque en tres palabras lo dice casi todo: que hay principios, que hay límites, que es lícito negociar (hasta el límite), que sabemos cuáles son los principios, y que acabaremos muy mal si no los respetamos.

Este concepto de los “principios no negociables” salió a la luz, como una perla, dentro de la Exhortación Apostólica Postsinodal “Sacramentum Caritatis” y abarca cuatro valores que Benedicto XVI enuncia así: “… el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural; la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer; la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas.”

La simple lectura de estos cuatro deseos tan elementales, tan básicos, es el mejor indicador para ver lo bajo que hemos caído. En apenas una línea se nos enseña cuál es el mínimo común sin el cual será imposible construir nada sólido.

Aunque haya surgido en un contexto pastoral no es una frase propiamente religiosa sino rabiosamente política. Porque por un lado es una denuncia contra las ideologías que pretenden engordar las estructuras políticas controlando la vida y suplantando a la familia. Y porque por otra parte ¿quiénes serán esos llamados a “negociar” o a “no negociar” sino los políticos? Desde que fuera escrita, en febrero de 2007, todos los grupos políticos del mundo se han retratado a uno u otro lado del trazo que ha marcado el Papa. Los que están dispuestos a negociar sin condiciones ya sabemos quiénes son. Los demás deberíamos formar el “club de los no negociables” y dedicar nuestros esfuerzos a construir desde ahí. Y a trabajar para recoger muchos votos y para que esos votos sean “útiles” de verdad. Otro día les contaré cómo funciona eso del “voto útil”.

F. Javier Garisoain Otero

Licenciado en Historia y político
PUBLICADO EN COPE.ES

sábado, 13 de diciembre de 2008

¿Qué los partidos son la base del sistema? ¡Y un jamón!


La teoría del sistema político vigente -también conocido como "democracia de partidos"- dice que estas benéficas instituciones son como los pulmones de la democracia. Así, cuando a uno, pongamos por caso, le da una rabieta contra un vice-ministro lo mejor que puede hacer es esperar a las próximas elecciones para golpearle con la papeleta de otro partido en todas sus políticas narices. Verdaderamente hay que ser un poquillo rencoroso para votar así, a sangre fría, recordando la jugarreta que nos hicieron, a lo mejor sin querer, hace tres o cuatro años. 


¿Existe alguna alternativa para participar en la vida política que no sea la partidaria y electoral? Lamento decir que no gran cosa. 

Escribir una "carta al director" es un desahogo, sin duda, pero harían falta mil cartas para cambiar una sola línea del BOE. Salir a la calle en manifestación es un derecho constitucional muy digno, si señor, pero da corte. Recurrir al Defensor del Pueblo es como escribir a los Reyes Magos: hay que creer. Así que no nos quedan mas que los partidos. 

En el registro oficial existen varios centenares, a cual más variopinto. Y sin embargo el 80 por ciento de los españoles se empeña en apostar casi siempre por los dos más grandes con lo cual no sabe la cantidad de matices interesantes que pierde y hace perder. Así es como hemos llegado no a "una democracia de partidos" sino a una "bipartidista". 

Actualmente soy secretario general de un partido político que no es ni la Cocacola ni la Pepsi. Cuando la gente me ve llegar a los sitios sin coche oficial siente un poco de lástima. Pero yo ya lo tengo asumido. Es lo que tiene estar afiliado a un partido en España. Cuando te has hecho con el carnet del equipo ganador todo son ventajas y se te abren todas las puertas. Pero como se te ocurra ser miembro de un partido más bien modesto, con ideales, y sin capacidad decisoria sobre la subvención... date por ninguneado. Tu currículum científico y laboral quedará marcado con un borrón indeleble y sospechoso. Hasta en las mejores familias te verán como una especie de apestado de lepra política. Como si el mero hecho de participar de la única manera que te deja el sistema fuera el mejor sistema de quedar al margen del sistema.

Es evidente que algo está fallando. Y la verdad, a estas alturas me da muchísima pereza tratar de hacerme un hueco en el PP o en el PSOE para cambiarlos desde dentro. Otro día les contaré cómo se hace eso.

F. Javier Garisoain Otero

Licenciado en Historia y político
PUBLICADO EN COPE.ES