Insumisión, objecion y fuero.
X Congreso Católicos y vida pública 2009
HACIA LA OBJECION PERMANENTE: UNA SOLUCION “FORAL” PARA UNA SOCIEDAD PLURAL
¿Cuánto tiempo puede durar una situación de objeción de conciencia? En teoría podría ser de una duración indefinida, pero desde el punto de vista del gobernante un objetor es como un quiste en el organismo político, un elemento extraño al que como mucho sería aceptable tolerar durante algún tiempo limitado mientras se piensa en él como en una pieza sobrante o molesta. Cuando un grupo de personas se plantea la objeción de conciencia es que existe una batalla todavía no resuelta en la que los objetores carecen de otro recurso de presión que no sea su propia conciencia. No es pues una posición de fuerza. Tiene la energía del que ya no puede retroceder más porque está resistiendo en la última muralla, que no es otra cosa sino la conciencia inviolable de cada cual. Pero realmente la objeción es una forma de derrota.
Pensemos en el factor tiempo: ¿cuántos años puede tolerar un sistema político cualquiera que un grupo más o menos minoritario de ciudadanos se oponga de forma constante al cumplimiento de alguna norma común? Desde mi punto de vista solo existen tres soluciones al dilema. O gana el poder legislativo, cuando consigue imponer su ley con todas las consecuencias... o ganan los objetores, si consiguen dar la vuelta a los papeles a base de hacerse con los resortes del poder. Una tercera posibilidad, muy complicada siquiera de plantear hoy en día, consistiría en llegar a una solución de compromiso en la que los objetores dejarían de serlo para pasar a ser “aforados” o privilegiados por alguna asimetría legal.
Esta vieja idea de una ley hecha a medida, realista, prudente y justa se basa en la clásica definición de justicia: "dar a cada uno lo suyo" y respalda el argumento tomista que niega incluso la categoría de ley a cualquier norma que sea injusta, irracional, abusiva... . Según este esquema, -que podríamos identificar fácilmente con la mentalidad del fuero y lo foral- se podría permitir a diversos grupos humanos vivir unidos bajo un mismo marco legal y de autoridad común pero diferenciados en ciertos asuntos clave por algunas leyes particulares o fueros privativos para cada uno de ellos. La aplicación de este principio general, de respeto máximo hacia una conciencia que no es solo individual sino que también es colectiva podría ser aplicable en el caso del médico que se toma en serio el juramento hipocrático, en el de la familia que prefiere educar a los hijos en casa, y hasta en la situación de grandes comunidades políticas, regiones o países enteros, que encuentren motivos suficientes para plantear cualquier objeción. ¿No sería este, por ejemplo, el caso tan reciente y envidiable de los políticos irlandeses y polacos que han decidido luchar dentro de la Unión Europea por un “blindaje” de sus respectivas legislaciones nacionales en materia de vida y familia?
LOS PREJUICIOS HACIA LO FORAL
Con estas pinceladas tocantes a lo foral no pretendo dibujar ningún sistema jurídico-político nuevo ni extraer de la nada una teoría inédita. Se trata simplemente de poner sobre la mesa algunas ideas sobre una solución típicamente medieval -y cristiana- a esos conflictos que siempre han generado las legislaciones unitarias, generales y amplias. Dicho esto me encuentro con una ciertad dificultad a la hora de desarrollar este punto de vista porque da la sensación de que pronunciar el término “fuero” en el mundo del orden jurídico-político liberal triunfante es como si hubiera mencionado la sombra del padre muerto. Vivimos en el occidente postmoderno, cuyo entramado ideológico considera el verdadero año cero de la nueva cronología no el del nacimiento de Cristo sino el de los estallidos revolucionarios de Francia e Inglaterra. Está tan extendido desde entonces el criterio uniformista y totalizador de la ley general, universal, puramente racional, que nos da mucho reparo mirar siquiera de reojo a los modelos del sistema anterior. Los ideólogos del nuevo régimen no admiten ni aún la mera especulación sobre los conceptos antiguos. Hablar de fueros es para ellos algo tan anacrónico como hacer funcionar con un tiro de caballos el último modelo de volkswagen. No se dan cuenta, sin embargo, de que igual de anacrónico e injusto resulta obligar a todos los vehículos, incluidos los viejos carros o hasta a los peatones, a circular a 120 Km por hora.
Si nos liberásemos de los prejuicios mencionados que despierta lo foral podríamos entender que el bien común y la misma idea de organización social no son en absoluto incompatibles con la existencia de sociedades plurales, diversas, policulturales. Para entender esto, sin embargo, es preciso contemplar al conjunto social -cualquier conjunto, desde el municipal hasta el europeo o el mundial- como un cuerpo, no como una masa. Como una estructura, no como un conglomerado. Como un mosaico, no como un puré.
Desde mi punto de vista el temblor de tierra político que actualmente se produce cuando los políticos legisladores se enfrentan a alguna clase de contestación social es porque no han asumido un orden clásico -y netamente cristiano- de las leyes justas que podría servir para apaciguar gran parte de los conflictos. Intentaré resumir la tesis en pocas palabras: la ley justa es aquella que ordena el máximo responsable de cuidar el bien común, es decir, la autoridad, sin propasar el límite de la conciencia de cada persona o grupo social. ¿Por qué no se acepta en el moderno esquema político esta tesis? En primer lugar porque no se comprende la existencia de una autoridad que sea por definición más responsable del bien común que los demás; en segundo lugar porque hay una hipertrofia legal y positivista que no se sabe cómo frenar; y finalmente y no menos importante porque no se cree en la existencia de un alma inmortal que justifique el respeto verdadero a la conciencia individual.
EL BIEN COMUN, LA LEY Y LA AUTORIDAD
El bien común, cuya definición indiscutida es de todo menos común, debe entenderse como un bien supremo que afecta al conjunto de la comunidad y que no necesariamente tiene que responder al bien inmediato de cada una de las partes. Esto se entiende perfectamente en el ejemplo clásico de la amputación del miembro corrupto. Pero por otra parte el bien común no puede ser alcanzado si se niega la personalidad de las partes. Es el eterno debate entre la unidad y la diversidad, el centro y la periferia, lo centrípeto y lo centrífugo, lo general y lo particular. Debate cuya única solución -siempre imperfecta- ha de plasmarse en la ley como expresión de la justicia que da a cada uno lo suyo.
Volviendo al asunto de la objeción diré que, desde mi punto de vista, lo único que puede garantizar no ya la objeción sino lo que podríamos llamar “objeción institucionalizada” o “ley hecha a medida” es la existencia de una autoridad que permanezca centrada en la búsqueda del bien común -a salvo de vaivenes partidistas- y que respete con convicción trascendente el alma de cada ciudadano o grupo de ciudadanos.
UNA VUELTA DE TUERCA: DE LA OBJECION A LA INSUMISION
¿Y qué pasaría si no fuera posible llegar a la aplicación de esta teoría neofuerista sobre la que estoy pensando en voz alta? Mucho me temo que cualquier movimiento objetor que no haga sino retroceder en su influencia no tendrá mas que un único final: la insumisión. El estado, el gobierno, y más si se trata de poderes que confían en las teorías revolucionarias de la voluntad general no se va a permitir el lujo de admitir en su seno un disenso permanente en asuntos graves. Lo lógico será que se esfuerce por apaciguar, asfixiar, reprimir hasta el final cualquier insurgencia hasta conseguir que lo que empezó como una objeción “desde dentro” se convierta en una insumisión marginal que será así mucho más fácilmente expulsada fuera del sistema y presentada como radical y poco razonable. La insumisión colocará fuera de la convivencia general a los antiguos objetores y les obligará a rendirse o a prolongar una resistencia agotadora y martirial no apta para grupos numerosos.
CONCLUSIONES
Una de las pocas ideas nítidas que tengo en política es la de que no es posible el vacío ideológico, ni para la persona, ni para cualquier clase de sociedad. La tesis que planteo pues en esta comunicación es un intento de aportar alguna solución al conflicto que se produce cuando varias cosmovisiones contradictorias se confrontan en un mismo tiempo y espacio político. No creo que sea posible la pura tolerancia a base de dejar el poder al más vacío de todos los ciudadanos. Este sistema, que es el que propugna el nihilismo contemporáneo entrega siempre el poder al más relativista mientras que condena al ostracismo a los políticos con convicciones. Por el contrario, al plantear una reflexión sobre la vieja solución tradicional que daba la Cristiandad al problema del multiculturalismo únicamente he pretendido abrir una ventana a la reflexión. Seguramente para los cristianos más providencialistas parecerá esta propuesta demasiado pobre o conservadora. Porque la fe cristiana, expansiva y misionera como ninguna otra, ha procurado siempre la creación de mundos -y no reductos- cristianos. Creo que conviene sin embargo, desde el punto de vista de la prudencia política, explorar otras soluciones intermedias, no para conformarse con ellas, sino para fijar y detener el retroceso de las estructuras auténticamente cristianas que aún perviven entre nosotros y para hacer posible las misiones del futuro. Las cuales serán muy probablemente, por encima de todas nuestras brillantes estrategias, las que Dios quiera.
F. Javier Garisoain Otero
Licenciado en Historia
Secretario general de la Comunión Tradicionalista Carlista
2 de octubre de 2009
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