No es que sea tan viejo pero llevo
mucho mucho tiempo pensando sobre el mal menor, el malminorismo y el
voto útil. Mi conclusión, en pocas palabras sería la siguiente: el
mal menor se puede elegir pero nunca procurar; el malminorismo es
malo porque consiste en proponer males pequeñitos pensando que el
fin justifica los medios; y el dilema entre voto útil o inútil se
resuelve votando en conciencia.
La cuestión de si mi pequeño voto va
a terminar o no siendo útil suele ser con frecuencia sacada de
quicio por los analistas electorales. Hay marketineros de la política
que serían capaces de hacer cualquier cosa para convencerle a Vd. de
que su voto es como un lingote de oro. Pero lo cierto es que más
bien se parece a un boleto de la ONCE. Porque lo mismo resulta
decisivo que acaba en el cajón de los restos electorales inútiles.
Incluso aunque se haya apostado por el caballo (o caballero) ganador
uno nunca sabrá en cuál de esos dos grupos acabó su votito.
Los cazadores de votos profesionales
suelen asociar la idea de voto útil a los apoyos recabados por los
grandes partidos. Como si solo pudiera ser útil lo grande. Como si
una gran excavadora inmovilizada fuera más útil que una hormiga en
acción. No hace falta aplicar mucho sentido común para entender que
el tamaño, también en la política, es una cosa y la utilidad otra.
Pues bien, llegados a este punto ¿por
qué preocuparse tanto por la utilidad o inutilidad de mi voto? ¿Por
qué no votar lo que se quiera, tranquilamente, en conciencia, a
gusto… en vez de torturarnos con la sospecha inútil de la
inutilidad? A lo mejor lo que hay que relativizar un poco más es esa
misma idea de la utilidad del voto, de todos y cada uno de los votos.
Porque si no pudiera pasar que, entusiasmados por ese tesoro que se
imagina insustituible, hubiera votantes que no volvieran a pensar en
las cosas de la política durante cuatro años enteros. Y eso no
puede ser. Eso no es ni participación, ni ciudadanía, ni espíritu
democrático, ni nada.
Todo esto que acabo de decir hay que
decirlo. No tiene sentido que los militantes de partidos más o menos
minoritarios lo demos todo por sabido y que luego nos mosqueemos
porque la gente no nos apoya.
Hay que advertir. En cierto modo hasta
hay que educar. Que la mayoría de la gente piense que lo más útil
es votar a los grandes es cosa muy normal tal como están las cosas.
Así que ya vale de lamentos. Si queremos votos tendremos que
aprender a ganarlos. Porque además no es verdad que todo sea
cuestión de tamaño; también cuentan la seriedad y la
responsabilidad. Si les parece, otro día puedo escribir algo acerca
de esas y otras virtudes.
F. Javier Garisoain Otero
Licenciado en Historia y político
PUBLICADO EN COPE.ES