domingo, 1 de marzo de 2009

El voto inútil

No es que sea tan viejo pero llevo mucho mucho tiempo pensando sobre el mal menor, el malminorismo y el voto útil. Mi conclusión, en pocas palabras sería la siguiente: el mal menor se puede elegir pero nunca procurar; el malminorismo es malo porque consiste en proponer males pequeñitos pensando que el fin justifica los medios; y el dilema entre voto útil o inútil se resuelve votando en conciencia.

La cuestión de si mi pequeño voto va a terminar o no siendo útil suele ser con frecuencia sacada de quicio por los analistas electorales. Hay marketineros de la política que serían capaces de hacer cualquier cosa para convencerle a Vd. de que su voto es como un lingote de oro. Pero lo cierto es que más bien se parece a un boleto de la ONCE. Porque lo mismo resulta decisivo que acaba en el cajón de los restos electorales inútiles. Incluso aunque se haya apostado por el caballo (o caballero) ganador uno nunca sabrá en cuál de esos dos grupos acabó su votito.

Los cazadores de votos profesionales suelen asociar la idea de voto útil a los apoyos recabados por los grandes partidos. Como si solo pudiera ser útil lo grande. Como si una gran excavadora inmovilizada fuera más útil que una hormiga en acción. No hace falta aplicar mucho sentido común para entender que el tamaño, también en la política, es una cosa y la utilidad otra.

Pues bien, llegados a este punto ¿por qué preocuparse tanto por la utilidad o inutilidad de mi voto? ¿Por qué no votar lo que se quiera, tranquilamente, en conciencia, a gusto… en vez de torturarnos con la sospecha inútil de la inutilidad? A lo mejor lo que hay que relativizar un poco más es esa misma idea de la utilidad del voto, de todos y cada uno de los votos. Porque si no pudiera pasar que, entusiasmados por ese tesoro que se imagina insustituible, hubiera votantes que no volvieran a pensar en las cosas de la política durante cuatro años enteros. Y eso no puede ser. Eso no es ni participación, ni ciudadanía, ni espíritu democrático, ni nada.

Todo esto que acabo de decir hay que decirlo. No tiene sentido que los militantes de partidos más o menos minoritarios lo demos todo por sabido y que luego nos mosqueemos porque la gente no nos apoya.
Hay que advertir. En cierto modo hasta hay que educar. Que la mayoría de la gente piense que lo más útil es votar a los grandes es cosa muy normal tal como están las cosas. Así que ya vale de lamentos. Si queremos votos tendremos que aprender a ganarlos. Porque además no es verdad que todo sea cuestión de tamaño; también cuentan la seriedad y la responsabilidad. Si les parece, otro día puedo escribir algo acerca de esas y otras virtudes.

F. Javier Garisoain Otero

Licenciado en Historia y político
PUBLICADO EN COPE.ES