Una de las primeras cosas que debiera
saber un político es dónde empieza y dónde termina su trabajo. La
política, que es una cosa muy importante, está cada vez más
desquiciada porque trata de abarcar cosas que no le competen. No se
puede sacar a nadie del purgatorio por decreto; ni es posible
establecer de forma oficial la certeza de una teoría química.
Tampoco tiene sentido que la política invada lo que es propio y
exclusivo de la vida de cada familia, ni menos aún que pretenda
definir qué es el hombre, qué la mujer, o qué el matrimonio.
Política es todo –o casi todo- lo
que pasa desde que sales de casa hasta que entras en el templo.
Cuando se sale de sus límites, cuando se mete en la alcoba o cuando
impone una filosofía obligatoria se convierte en tiranía. Por eso
la mejor política familiar es la que no existe: la que respeta
escrupulosamente el vínculo libre de cada matrimonio, la que no se
entromete en la educación de los hijos, la que protege la
permanencia del patrimonio familiar, la que aporta un clima de
estabilidad, la que hace del conjunto de familias el verdadero motor
de la economía nacional, el mejor “colchón” para las crisis, y
la mayor riqueza de la sociedad.
La “dictadura del relativismo”
contra la que nos advierte Benedicto XVI no es mas que el último
capitulo del individualismo liberal que todo lo disuelve, que todo lo
disgrega y que pretende dejarnos solos, como borregos, a merced de un
estado cada vez más poderoso que se erige en única voluntad válida
en medio de la incertidumbre. Dentro de este esquema ideológico la
familia no sólo es que no haga falta, es que molesta, porque desde
el punto de vista del político liberal radical no es mas que un
baluarte que limita su poder.
Dentro de un largo proceso histórico
de recorte de las libertades reales y de aniquilación de los cuerpos
político-sociales naturales (gremios, municipios, sindicatos,
universidades, regiones, cofradías, hermandades, asociaciones,
congregaciones…) las únicas instituciones que todavía resisten,
porque dan una respuesta profunda al deseo de cada hombre de vivir en
comunidad, en hermandad, son la familia y la Iglesia. ¿A quién le
extrañará que se unan ambas para defender la libertad verdadera?
F. Javier Garisoain Otero
Licenciado en Historia y político
PUBLICADO EN COPE.ES