No creo que sea la panacea de todos
nuestros males. Pero extender el método de las listas abiertas sería
sin duda un paso bien interesante en este momento en el que las
instituciones, el armazón del estado, el peso del organigrama, la
voz del colectivo y la partitocracia se han convertido en verdaderas
“estructuras de pecado” que deshumanizan hasta anular la
responsabilidad personal –o lo que es lo mismo, la libertad- de
cada uno. En el sistema actual el voto es un cheque tan blanco y
generoso que aquel partido que consiga hacerse con la mitad mas uno
puede sacar adelante casi todo lo que se le ocurra. En cambio, si los
cargos electos, especialmente los cargos de representación, fueran
elegidos por la gente y no por el comité de listas de cada partido
la coherencia personal de cada candidato sería algo decisivo. No
habría multas por votar en conciencia, por ejemplo, y hasta es
posible que se pudiera rescatar el “mandato imperativo” de las
Cortes antiguas que vinculaba directamente al elegido con la voluntad
y los intereses concretos de sus electores y no con esa falacia
nebulosa de la “soberanía nacional”.
Para empezar es algo que hay que
imaginárselo porque salvo en el caso medio fraudulento de la
papeleta del Senado y la excepción de algunos municipios diminutos
es un concepto inédito en el actual sistema político español.
Básicamente consiste en que a la hora de elegir candidatos para
cargos políticos, ya sean estos de representación o de gobierno, se
pueda prescindir de la marca de cada partido y se posibilite la
elección persona a persona.
Hace algún tiempo ha surgido en
Cataluña una iniciativa llamada “Acción por la Democracia” que
trata de aportar ideas para reformar el actual sistema político,
cada vez más partitocrático, más mediocre, más corrupto, más
cerrado y más deshumanizado. Ojalá se extendiera pronto y fuera
calando hasta hacerse realidad. Aunque sin olvidar por ello que, como
todo, también el exceso de personalismo en política tiene algunos
riesgos. El principal es que la mayor tentación que tienen -que
tenemos- los políticos es creernos que se nos elige allí donde
estamos por nuestra cara bonita y nuestros propios méritos. Otro día
les contaré qué tiene que ver el orgullo con la política.
F. Javier Garisoain Otero
Licenciado en Historia y político
PUBLICADO EN COPE.ES